LAGUNA DE VOCES
Luego vendrá la tranquilidad, la confirmación de que, pasada la tormenta, llegará la calma. Al menos eso es lo que decían todos en ese año del 25, cuando estallaban cohetes, drones criminales entre dos países donde sus dirigentes, primeros ministros o líderes religiosos, se odiaban, que no así sus poblaciones, las que finalmente acaban por ser las sacrificadas, y donde un demente, o muchos dementes, movían las piezas a su antojo.
No vendría nunca la calma, en un país vapuleado una y cien veces por el personaje más ruín de la historia reciente, pero poderoso, muy poderoso, tanto como para estar siempre tentado a ordenar bombardeos nucleares, nada más para saber qué se siente pulverizar en un santiamén a millones de humanos, buena parte de los que siempre consideró animales.
Mundo este de tormentas, de ver que hoy nos interesa ver los racimos de luces asesinas que caen de un lado y otro, y saber, saber muy bien que por el mundo transita la maldad, la auténtica maldad a la que no le interesa la historia personal de nadie, solo la conducción de más y más almas a los senderos de la oscuridad.
Todo esto terminará, eso lo sé, lo sabemos, y con seguridad es el consuelo que nos dice, nos habla de la posibilidad del resurgimiento después de las tinieblas, aunque la verdad de eso no hay seguridad. Tal vez estemos ante el tiempo casi eterno en que ninguno de los que hoy juegan ese absurdo estará para ver al vencido, igual que los que no jugaron. No habrá nadie, no existirá nadie, no quedará nada, pero eso nutre a los que hoy juran venganza, juran que si no les piden permiso para morir, tampoco podrán hacerlo.
¿En qué momento perdimos la luz que se supone nos guiaba hacia la tarea sencilla de vivir en paz con otros? ¿En qué momento dimos por perdido todo? Aquí mismo, ante personajes mínimos de miserables, pero que deciden quién muere, quién se pudre en el olvido, porque ellos, incapaces de pronunciar la vida, lo decidieron.
¿En dónde estamos que aceptamos dejar de respirar para simplemente sobrevivir? ¿En qué instante aquí mismo, aceptamos que la historia de los enfermos por el poder se reptiera por enésima ocasión, y no hicimos nada?
Duerma la conciencia, la responsabilidad de vivir, no sobrevivir, y solo dejar como herencia ese gusto enorme por ser nada, nadie, igual a los del libro del temblor del 85. Nada, nadie. Así, mejor así, para que nadie se entere del día en que morimos, para que tampoco se altere nuestra conciencia que logró cumplir esa consigna de ser la sombra de nada.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta