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domingo, diciembre 22, 2024

“Seamos realistas: soñemos lo imposible”

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LAGUNA DE VOCES

Buena parte de todo lo que rodea a estas semanas en que termina el año, tiene que ver con la posibilidad de aceptar que algo mágico debe existir en las festividades que convocan a buena parte de los habitantes del mundo, incluso a los que simplemente se presentan como no creyentes.

Alguien me dijo que los niños son los únicos que saben distinguir con absoluta certeza los pequeños elementos que transforman la realidad rutinaria en algo único, digno de que la historia se transforme de manera absoluta. Por eso son los principales invitados en las fiestas navideñas.

Ellos tienen la seguridad de que hay algo mágico en todos estos días y que resulta de una inutilidad absoluta dar explicaciones a las cosas que no lo tienen. Es decir que siempre es necesario empezar a creer que mucho de lo que nos rodea tiene como origen la voluntad del ser humano, de pensar que la perfección del universo no es fruto de la casualidad.

A todos nos anima mirarnos en los ojos de los niños que duermen temprano para esperar la llegada del Niño Dios, o de Santa, y ya en enero de los Reyes Magos. Nos anima porque es de importancia vital creer o volver a creer, cuando la edad nos convirtió en los que se cansaron de soñar.

Nos gusta mirar a los adultos que juegan el juego eterno de la vida alrededor de una piñata, y se lanzan a ganar la fruta o lo que la olla de barro lleve en su barriga, porque no hay seres humanos más luminosos y llenos de vida, que aquellos que nos enseñan en los hechos que solo el corazón de niños nos salvará de nosotros mismos.

Porque buena parte de los recuerdos de la infancia que nos reconfortan, tienen que ver con esa época en que podíamos soñar a la menor provocación, y no solo soñar sino reconstruir el mundo entero, la realidad, a partir de la magia que guarda cada corazón.

Cada año fracasamos en la intención de construir lo que vimos y gozamos de pequeños, y sucede porque no se puede edificar una etapa con los elementos que tiene el adulto, y que en muchos sentidos carece de la imaginación antes tan constante en los niños que fuimos.

Por eso la mejor posibilidad será reconstruir a partir de mirar con esos ojos la fiesta que tanto amamos, y animarnos una vez más a pegarle a la piñata, aventarnos a la caza de naranjas y cañas, y sobre todo a creer de nueva cuenta que hay algo más que mágico en la vida por la que caminamos.

La magia será siempre el amor que tengamos por cada día, por cada uno de los seres humanos que junto a nosotros den sentido a esas 24 horas.

Por supuesto no es asunto ni será nunca asunto de esta columna dar consejos sobre cómo vivir la vida, que de eso ya existen secciones completas en las librerías físicas y en línea. No.

Se trata de algo más simple: haga el propósito de mirarse como el niño o niña que fue. Le será más fácil creer en la gente que lo rodea, amarla con todo el corazón y ser muy feliz cualquiera que sea el resultado.

El único propósito que se tiene de niños es que las personas que amamos siempre sigan donde están -pasados doce meses-, a nuestro lado, con los ojos que miran con magia el mundo. Y si en una de esas deciden irse, de todos modos, seguirán en ese otro espacio donde solo pueden asomarse los ojos inocentes, de los que han aceptado que puede haber tantas realidades como uno quiera.

Por eso traer de regreso a nuestro pecho el corazón de niño es la tarea que tendremos de ahora en adelante. 

Nada más por eso.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx

@JavierEPeralta

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