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Hidalgo
domingo, julio 27, 2025

Propuesta vacía para las décadas perdidas

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DE FICCIONES Y FIGURACIONES

«La crisis consiste precisamente en que lo viejo 

está muriendo y lo nuevo no acaba de nacer.»

Antonio Gramsci

Los del siglo XXI han sido años turbulentos. O al menos así se han sentido. Para que la descripción sea exacta es necesario dejar pasar el tiempo y que los historiadores del futuro elijan los adjetivos que mejor se amolden a la época que vivimos (sufrimos). De lo que no hay duda es que desde 2008, con la caída del banco Lehman Brothers, la normalidad que acostumbrábamos no ha dejado de cambiar bruscamente.

Me corrijo: tal vez la fecha exacta en que todo comenzó a caer fue el 11 de septiembre de 2001. Y para ser aún más preciso, el 11 de septiembre de 2001 a las 10 y 28 de la mañana, hora de Nueva York. Ese día y a esa hora, el terrorismo de Al Qaeda derrumbó el símbolo financiero más emblemático de los Estados Unidos —valga la precisión del símil—. Desde entonces, el mundo occidental sigue cayendo en cámara lenta, rítmicamente, piso por piso, como si se tratara de dos enormes torres de concreto y vidrio a las que les han fracturado los cimientos.

Francis Fukuyama marcó el fin de la historia al comenzar el milenio, refiriéndose al fin de las batallas ideológicas. Tal vez el historiador tenía razón. En menos de tres décadas hemos vivido lo que se vivió en los cien años del siglo pasado. Los acontecimientos están rimando en versos con tintes de elegía. Quizás la historia no se acaba, simplemente se compacta y las ideologías se ponen en modo reversa.

Parece que la propuesta de futuro es regresar al pasado. Las izquierdas, con sus promesas inalcanzables —que si la justicia social, que si los derechos universales, que si el mundo mejor—, fracasan y minan el terreno con inestabilidad política, social y económica. Por su parte, las derechas más rancias se apropian poco a poco de la exigencia de estabilidad. «Make America Great Again», gritan. «Volvamos a los valores de antes», proponen.

Más allá de las posiciones en el espectro político, actualmente se está llevando a cabo el enfrentamiento entre «lo establecido» y «algo nuevo que parece viejo». 

En 2016, después de ocho años de un mandato que prometió un cambio, el Colegio Electoral de Estados Unidos eligió «democráticamente» a un artista de TV cuya promesa central fue mandar a la mierda al sistema establecido. 

Desde entonces, vivimos una lucha mundial entre los nacional-populismos resucitados y las democracias liberales agonizantes. A eso hay que agregarle la desinformación que promueven las redes sociales y la batalla de las mil verdades que se pelea en el mundo virtual; el miedo al otro que aprendimos en 2020 por la pandemia de la covid-19 y la obligada adaptación de la vida cotidiana al mundo virtual; la desconfianza en la ciencia y la tecnología, y el retorno de la guerra a Europa.

Por otro lado, eso que llaman Inteligencia Artificial promete lo mismo que las revoluciones industriales anteriores: facilitar la vida del ciudadano (acomodado). Ahora con la distinción de que podría volvernos aún más estúpidos, pues, a diferencia de las máquinas de vapor y combustión, a diferencia del Internet y los software de finales de la década de 1990, esta tecnología intangible promete hacernos usar menos las neuronas para hacer lo que antes requería de un título universitario. Es extraña esta manera de progresar: avanzar hacia la estupidez asistida por máquinas.

Ya sea por una sensación generacional de vacío, o bien, por un diagnóstico filosófico-social de sinsentido, el mundo actual parece un lugar caótico dirigido hacia ninguna parte. Sabemos bien cuáles son los retos que enfrentamos, pero parece que ya hemos intentado todo sin obtener soluciones válidas para la magnitud de los problemas del mundo.

En su cursilería habitual, la ONU presume proyectos de futuro al vapor (Agenda 2030; Pacto para el Futuro). Las organizaciones internacionales prometen construir un mañana sólido cuando son incapaces de dar solución a lo básico: las guerras de Gaza y Ucrania, por ejemplo. En una época llena de conflictos, tenemos soluciones vacías. Nunca habrá suficientes instituciones para resolver los problemas mundiales, aunque sí las hay para organizar foros para discutir cómo resolverlos. Soñar no cuesta nada.

Como bien afirman Javier Sicilia y Jacobo Dayan en Crisis o Apocalipsis, Occidente está en una etapa crítica. Y una crisis es una ruptura que exige detenernos un instantes para pensar qué camino tomar. A diferencia de otros momentos históricos de cambios profundos, nuestra crisis no tiene una propuesta que sustituya a las democracias y al Estado de bienestar.

Frente a esto, las generaciones jóvenes de hoy tenemos la oportunidad —obligación, quizás— de elegir un sendero distinto a la promesa que nos vendió la generación que hoy intenta pegar lo roto. Ante nosotros está una propuesta vacía de un porvenir sin forma.

Mientras otros se aferran a restaurar un pasado que ya no funciona, nosotros podemos llenar el lienzo en blanco con ideas que no vengan cargadas del peso de décadas de fracasos. Con propuestas que surjan de entender que vivimos en un mundo distinto que requiere soluciones distintas a una velocidad nunca antes vista.

Hay que procurar llenar las páginas con lo mejor que nos herede lo peor. Con lo que sea necesario. Con lo que aún no se ha inventado. El vacío es también un espacio para construir. Y tal vez, construir sea lo único que nos queda por hacer en estos tiempos de estructuras que caen y certezas que se desmoronan.

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