MEMENTO
“Él nació, ¿qué sé yo? Porque quiso el destino, porque quiso Dios, yo no sé, porque fue, solo Dios que es tan grande pudiera explicarnos, ¿por qué?… ese niño no conoce el amor”.
Niño sin amor – El Tri
Privilegio del latín privilegium, que se forma de privus («propio») y lex, legis («ley»). Literalmente era una «ley privada», una norma hecha en beneficio de alguien en particular. Con el tiempo, la idea se amplió a cualquier ventaja o derecho exclusivo que alguien tiene sobre el resto. En ocasiones, el privilegio es tan «normal» para quien lo tiene que ni se da cuenta. Como pez en el agua: no nota el agua hasta que le falta. De ahí los debates sobre quién lo reconoce, quién lo niega y quién se aferra.
Una amiga me preguntó sobre el caso del bebé que abandonaron en Tultitlán hace unas semanas. Le comenté que quizás mi opinión no sería tan digerible para algunas personas, puesto que pienso de manera un poco distinta. Porque si bien abandonar un desvalido no tiene ningún perdón, también hay algo que quizá algunos no podemos alcanzar a comprender, no solamente es una decisión propia, en parte es el entorno. ¿Cuántos de nosotros no hemos deseado haber nacido en otra situación?
Muchos hemos soñado en la posibilidad que la tía millonaria venga y nos diga: “Sobrino, ¡qué bueno que te encontré, permíteme darte en herencia, todo mi dinero ahora será tuyo!”, o en tener algún sugar que nos cumpla nuestros deseos. O ese sueño guajiro tenemos constantemente de ganarnos la lotería, aun cuando no solemos comprar ni un “cachito”.
Hace tiempo platicaba con otra persona acerca del aborto, tuvimos un foro de discusión y encontramos dos vertientes, la primera a favor de la interrupción legal del embarazo y la segunda en contra. La plática con ella se tornó en querer convencerme de por qué no debería interrumpirse un embarazo, y mi comentario fue: «¿Te has dado cuenta de que ambas posiciones, a favor o en contra de la interrupción, tienen algo en común?» Me miró confundida y me dijo que no. Claro que tienen un punto en común: un embarazo no deseado.
Le comentaba a mi primera amiga que no es sencillo abordar un tema como el abandono, sin llegar hasta lo más profundo y tocando el tema de manera coloquial, habrá quien quiera lapidar a las personas y habrá quien quiera comprenderlas. Con esto no quiero decir que lo que pasó estuvo bien, todo lo contrario. Sin embargo, puedo comprender el contexto. No cualquiera tiene los medios, los valores, etc., para salir adelante.
Vivimos en un mundo cada vez más caótico, donde ser parte de una familia tradicional, como lo era el siglo pasado, ha dejado de ser la norma. Lo tradicional ahora es la separación, porque los hijos ya no son el pegamento que mantiene un matrimonio unido. Lejos quedó la idea de un padre proveedor y una madre dedicada a las labores hogareñas. Algunos crecimos con nuestros abuelos, muchos otros fueron criados por la televisión —en el mejor de los casos—, y algunos más simplemente crecieron a la deriva. No es solo culpa de las personas, es una corresponsabilidad del Estado y de la sociedad. Por lo mismo, cuando juzgamos sin clemencia, el juicio nos alcanza a nosotros mismos, porque también formamos parte de este entramado social.
El bebé fue abandonado por su padre, un joven de 18 años, en las calles de Tultitlán, después de que la madre, de 21 años, lo diera a luz en el baño de un local y se lo entregara para deshacerse de él. Ambos fueron encarcelados en prisión preventiva por tentativa de homicidio. Habrá quienes digan que ni los animales dejan a sus crías desamparadas, que solo alguien inhumano podría hacer algo así, y un largo etcétera de juicios morales. También habrá quienes culpen al Gobierno, argumentando que la administración pública no ha hecho su labor. Y así, la vorágine de opiniones sigue girando…
La conseja de hoy:
El mame de «Escuchamos, no juzgamos” debería ser «Escuchamos, comprendemos y luchamos», pero eso sonaría demasiado político. Así que con un «Escuchamos, comprendemos y no chingamos» es más que suficiente.