PIDO LA PALABRA
A veces la tristeza nos invade, incluso en ocasiones hasta una furtiva lágrima recorre la mejilla y no entendemos o no queremos entender porqué sucede; sentimos nostalgia al ver a una pareja tomada de la mano, y entonces nos acordamos de aquellos días no muy lejanos en los que nosotros también teníamos una mano que acariciar; vemos en la calle a un perro y de inmediato viene a nuestra mente aquel animalito que más que una mascota era un miembro más de la familia, después de todo, quizá la tristeza sea por darnos cuenta que también necesitamos a alguien que nos ladre de vez en cuando.
Cuando están con nosotros hacemos todo lo posible por dejarlos ir, los ignoramos, los dejamos en un segundo plano de nuestra mente; pero después en su ausencia, nos obstinamos en retenerlos en nuestro recuerdo. En todo caso, en esa obsesión de no querer olvidar se encuentra una gran dosis de ese sentimiento inutil llamado culpa.
Sentimos culpa por todo aquello que hicimos o dejamos de hacer cuando esas personas, cosas o animales estaban con nosotros; el remordimiento destruye nuestras entrañas y no nos deja en paz; pero ya nada se puede hacer, por mucha culpa que sintamos no se corregirá el pasado; el flagelarnos con la horrible oscuridad de la tristeza no secará las lágrimas del alma.
No hay mejor cura para la tristeza que nos provoca la culpa, que el actuar en el presente; no esperes a que llegue el mañana para atender ese presente que a cada segundo se convierte en pasado; hoy toma la mano de esa hermosa persona que tienes a tu lado, demuéstrale tu afecto y encontrarás que el efecto rebote es todavía más maravilloso.
Besa la mejilla de tu madre, de tu hermano, juega con tu mascota, mañana puede ser demasiado tarde y entonces te seguirás culpando por no haber actuado a tiempo, por haber dejado pasar esa maravillosa oportunidad de recibir una respuesta que hoy por mucho que la lloremos y ansiemos, nunca más llegará.
Hoy la tristeza invade a familias hidalguenses, a familias mexicanas que vieron partir a sus hijos, esposos, padres o hermanos, y que no los verán ya más, familiares que engrosarán al ejército de veladoras en nuestra ofrenda de muertos; pero esa tristeza cambiemosla por fuerza y alegría, y seguir abrazándolos en nuestro pensamiento, dejemos de morir con ellos; sé que no es sencillo, sobre todo cuando siempre habrá un lugar vacío en nuestra mesa, pero no debe ser así en nuestro corazón.
Nuestro final nadie lo conoce, pero todos lo presentimos, y en su mayoría, aunque no lo aceptemos, le tememos.
La vida solo es una luz fugaz que se ensombrece con la muerte; sombra que deja pena, tanto al que se va como a los que se quedan; el que se va empieza a morir en el momento en que toma conciencia de que su tiempo está llegando a su fin, y el sufrimiento debe ser indescriptible; los que se quedan, tratando de asimilar el momento en una especie de autoengaño diciéndose que “esa es la ley de la vida y que solo se nos adelantaron”.
Por ello, en esta época, vaya nuestro recuerdo para todos aquellos que se nos han adelantado, pues esa es nuestra gentil manera de seguir conservándolos con vida, aunque, estoy seguro, que ellos hubiesen querido seguir observando la luz de cada amanecer y no solo ser un recuerdo más que quizá se desvanecerá con el tiempo y desaparecerá con nuestra propia muerte.
No te preguntes ¿por quién lloras?, mejor preguntate por quién vamos a luchar para seguir viéndonos mañana, hasta que la naturaleza y no las ratas digan hasta aquí; mejor preguntémonos con quién vamos a disfrutar este transitorio día de felicidad, que a la postre será eterno en nuestro pensamiento.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.