TIEMPO ESENCIAL
Los seres humanos creemos en cierta relación entre lo que experimentamos y algo que lo causa. Si llueve es porque hay nubes. Eso es previsible pues la experiencia nos dice que para llover tiene que haber nubes. Una causa es, pues, “la relación entre dos cosas, de la cual la segunda es unívocamente previsible a partir de la primera” (Abbagnano, Diccionario de Filosofía). Esta relación supone una fuerza que produce necesariamente un resultado o efecto. Pero el principio de causalidad considera (cuestionablemente) que todo efecto es producto de una causa esencial. Es decir, que hay que buscar la causa sustantiva para comprender el efecto y con eso tenemos la respuesta esperada.
La explicación causal es razonable hasta cierto limite. Hay una cantidad de fenómenos a los que se les puede atribuir que sean producto de una sola, o un conjunto de causas. Pero esa relación no es absoluta, sino relativa, aunque nuestra mente nos haga suponer lo contrario.
No por eso los seres humanos dejamos de creer que, en casos como la actual amenaza de una guerra mundial, que puede alcanzar proporciones apocalípticas y terminar con la vida humana y el planeta entero, existe una explicación simple, sencilla y absoluta que permita entender lo que sucede, sin el esfuerzo de pensar metódica y críticamente el asunto.
De ahí que las explicaciones unívocas, es decir, que atribuyen a un solo móvil la explicación de lo que está sucediendo en el planeta en estos momentos, sean tan apreciadas por el sentido común; porque a la vez que proporcionan una respuesta inmediata a lo que sucede, permiten racionalizar nuestros temores y continuar con nuestras prácticas y costumbres cotidianas con normalidad, aunque el mundo se nos venga encima.
Se trata pues, de una estrategia de evasión de la realidad, comprensible en ciertos estados o momentos de la vida, cuando no contamos con la fuerza, la capacidad o la voluntad suficiente para solucionar nuestros problemas cotidianos, y menos los tenemos para pensar lo que hoy o mañana puede hacer picadillo a la humanidad entera.
Sin embargo, algunos sistemas religiosos, teorías políticas o pseudo científicas, contribuyen a mantener la voluntad colectiva dentro del estrecho campo de las creencias y prejuicios; creando falsas expectativas sociales mediante engaños, dogmas o ideologías sin sustento.
Hay quienes intentan explicar lo que ocurre en acontecimientos tales como la actual guerra en el Medio Oriente, buscando las causas finales que la generan recurriendo a mitos, dogmas o teorías pseudocientíficas imposibles de comprobar objetivamente, tales como el final de los tiempos, el castigo divino por los pecados de la humanidad, la existencia de pueblos o creencias elegidos por la divinidad o el destino manifiesto de una raza o nación, etcétera, imposibles de sustentar racionalmente. A estos discursos, creencias o teorías basadas en la existencia de un final preestablecido se les conoce como “escatologías”.
La escatología es el estudio de las creencias sobre la vida después de la muerte incluyendo el juicio final, la resurrección y el destino de las almas y en la literatura con temas como la suciedad, la sexualidad o la pornografía y otros temas irreverentes (Definiciones-de.com. Leandro Alegsa, 17/10/2023, url: noc).
En los tiempos que corren, el hegemón mundial, compuesto por los Estados Unidos, Europa occidental y aliados de otros continentes tales como Israel, Japón y Australia, junto a muchos países sujetos a su poder económico -pero sobre todo ideológico-; han puesto su confianza en argumentaciones escatológicas para justificar su dominio sobre el resto de la humanidad.
El pensamiento escatológico ha permeado fuertemente en la vida social, económica y política actual, con el resurgimiento de los fundamentalismos religiosos y los mitos de la superioridad racial y cultural; generando explicaciones sobre la realidad que nos retraen a épocas que se creían superadas destinadas a la persuasión social mediante discursos que justifican las acciones genocidas que hoy se desarrollan a lo largo y ancho del planeta.
Sus argumentos son variados: desde el ineludible final de los tiempos, el derecho divino de los pueblos elegidos, la lucha del bien sobre el mal, de la civilización occidental contra las oscuras culturas que la amenazan, de las democracias contra las tiranías, etcétera; como formas directas y simplistas de explicar el futuro y aliviar nuestras angustias y desazones sobre la suerte que podemos correr en esos cataclismos.
Algunos de los elementos escatológicos reiterativos en esos discursos son:
a) La idea del progreso infinito. A partir de la revolución industrial, Occidente sostiene la idea del progreso infinito como la explotación sin límite del trabajo y los recursos naturales como la única forma posible de lograr el bienestar humano; supeditando la ciencia y la técnica a la lógica de la utilidad y la ganancia capitalista.
Esa visión escatológica se encuentra inserta en la mentalidad occidental desde sus orígenes hasta nuestros días. En la modernidad (siglos XVI al XX), la razón crítica actuó como un mecanismo de equilibrio y humanización frente al utilitarismo del sistema; sin embargo, fue perdiendo influencia frente al dominio del capitalismo neoliberal y el declive del sistema socialista, la agresión contra las culturas originales y el renacimiento de la expansión del mercantilismo en todo el planeta.
b) Superioridad de occidente sobre el resto del mundo. Para el occidental promedio, la superioridad del proyecto dominante es tan obvia y razonable como la redondez de la Tierra, por lo que resulta difícil hacerle comprender que se trata de una ideología conformada por el dominio que Europa y los Estados Unidos impusieron al resto del mundo mediante sus avances científicos y tecnológico aplicados al saqueo y la explotación de los recursos humanos y naturales de otras culturas y sociedades cuyo resultado fue la concentración de la riqueza mundial en manos de una minoría que hoy lucha por mantener su hegemonía sobre el resto del planeta; obligando a estados, culturas y comunidades reacios a someterse a sus paradigmas de conocimiento.
c) Renacimiento de las visiones escatológicas religiosas. En tercer lugar, nos enfrentamos al reciclaje de las escatologías fundamentalistas judeo-cristianas acerca del fin del mundo y el juicio final, resucitadas por los gobiernos conservadores y fundamentalistas como sustituto de los devaluados principios ético políticos de la modernidad: libertad, igualdad y fraternidad universal.
De ese género es la visión del sionismo judío, que intenta justificar la supremacía israelita sobre sus vecinos, con pretensiones expansionistas basadas en creencias religiosas no compartidas con aquellos, y el evangelismo cristiano-sionista norteamericano, que fomenta en su país y Latinoamérica la justificación bíblica de la alianza EU e Israel como pretexto para mantener su presencia bélica en Medio Oriente, una versión actualizada del Destino Manifiesto del siglo XIX supuestamente revelado por la divinidad a los Estados Unidos para imponerse sobre el resto de América.
d) La ideología libertaria. En el plano político, la mezcla entre el liberalismo económico ortodoxo y el autoritarismo, han producido en tiempos recientes la extraña ideología que algunos llaman “libertaria”, que no es más que la suma de distintas incoherencias provenientes de la mezcolanza entre teorías económicas del libre mercado con el anarquismo, sin importar el costo social de su victoria. Apenas resulta comprensible que esa doctrina anarco-capitalista se vaya imponiendo en distintas naciones de Europa y América sin razón ni sentido, si no es porque su fuerza radica en las estrategias que utilizan sus promotores para imponerla: el uso indiscriminado de la confrontación entre quienes algo tienen contra quienes no tienen nada, las teorías capitalistas en las que se pone como objetivo el éxito personal, su enemistad con el estado benefactor, la salud y la educación públicas y la burla a los pobres tratándolos de indolentes, fracasados o ninis y además, culpables de la delincuencia, la drogadicción y la supuesta incapacidad de los gobiernos “populistas” para salir adelante.
Lo cierto es que el libertarismo es producto del predominio neoliberal en nuestros países y la desesperación de las clases medias -especialmente los jóvenes-, que votan por sus candidatos como una especie de fuga hacia adelante. No es, pues, de sorprender que sean las clases medias ilustradas, técnicos, profesionistas, investigadores, y académicos (que en el siglo pasado constituían la masa crítica de la sociedad en universidades, gobiernos, empresas y la cultura) las que ahora han pasado a convertirse en los intelectuales orgánicos del modelo libertario, donde el poder y el saber se premian en tanto sirvan a la consolidación de los valores del mercado y la generación de los instrumentos y servicios necesarios para su reproducción.
El milenarismo, el juicio final, el fin de los tiempos, los castigos a la humanidad que no se somete a la voluntad divina; el pueblo elegido o la guerra total que ha de ocurrir fatalmente entre el bien y el mal, son discursos escatológicos que evocan al miedo y la parálisis social frente a esas fuerzas no solo humanas, sino macro cósmicas, cuyo mayor poder está no en sus arsenales militares, sino en su capacidad para influir sobre la conciencia de la humanidad mediante discursos falaces, indignos de una cultura humanista, que promueven la inmovilidad, el sometimiento y la indiferencia ciudadana y que solo pueden ser frenados regresando a la antigua máxima adoptada por Kant como la divisa de la modernidad: sapere aude (atrévete a pensar)… o resignarnos a lo que el destino nos depare.
Pero, ¿qué piensas de este dilema? ¿Crees que todavía hay algo que hacer o solo nos queda esperar cruzados de brazos el final inminente que nos profetiza el poder del mundo?
Espero tu respuesta en miguelseral22@gmail22. o en las páginas de Plaza Juárez.