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Hidalgo
martes, diciembre 23, 2025

Origami

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PEDAZOS DE VIDA

Apenas cerró los ojos, Mauro sintió un tirón en el pecho, como si una máquina succionadora lo estuviera arrancando de sí mismo, sintió un jaloneo y luego como si su cuerpo cayera en un profundo pozo. No hubo dolor, solo un desprendimiento silencioso, como cuando una hoja se separa de la rama en pleno otoño para después ser arrastrada por el viento. Sin embargo, al abrir los ojos, su cuerpo seguía tendido en la cama, respirando con cierta dificultad, mientras él flotaba por encima, ligero, translúcido.

El cuarto comenzó a plegarse sobre sí mismo, doblándose como origami hasta convertirse en un pasillo hecho de bruma. Mauro avanzó con cautela, al primer paso, el suelo se iluminó con escenas de su niñez: él a punto de ser atropellado por correr tras una pelota, el grito de terror que emitió su madre al sentir de cerca la muerte de su único hijo… de pronto, el olor al atole que la abuela preparaba en su cocina de leña, y ahí en lo más profundo la primera vez que conscientemente sintió la angustia. Así la vorágine de imágenes que comenzaron mezclarse con escenas que aún no había vivido como si el pasado y el futuro se mezclaran en una misma cinta cinematográfica. 

De pronto, estaba caminando por una calle estrecha, bajo un cielo de acero cuyo frío parecía anunciar su muerte, vio su propio cuerpo, desplomándose frente a la puerta de un edificio en una ciudad desconocida. El sonido de las llaves cayendo al suelo. Un golpe seco y  oscuridad.

Desde una distancia considerable, Mauro retrocedió aterrado, pero la visión se repetía una y otra vez, era su cuerpo el que caía, eran sus llaves las que sonaban, era su propio corazón el que se detenía ante el golpe cobarde de una sombra cuya identidad desconocía.

El pasillo de bruma se abrió de nuevo y lo expulsó hacia su cuerpo. Mauro despertó sudando, con el corazón martillando en el pecho. Recordaba cada detalle: la calle estrecha, la puerta gris, la sombra. Una única idea se clavó en su mente: evitar ese destino. Desde aquella visión, el hombre no fue el mismo, vivió con miedo, evitó pasar por edificios e incluso dejó de salir de noche, hasta que la experiencia desvelada en aquella noche quedó parcialmente en el olvido. 

Hasta que un buen día, el sueño se hizo presente. Una noche el servicio del metro tuvo una falla en una estación anterior, el vagón quedó atascado y se suspendió el servicio, así que tuvo que caminar, como muchas otras personas, para llegar a casa, eso sucede siempre que no hay dinero para pagar otro servicio de transporte.

Mauro caminó con cierta incomodidad pero resignado ante el acompañamiento de decenas de personas que hicieron lo mismo, de pronto: la sombra, el asalto, la falta de algo de valor, la ira del asaltante, el frío que le recorrió la columna, el sonido de las llaves y su cuerpo cayendo en la acera frente a un edificio poco iluminado, y en el que se convirtió en lámpara que trajo la atención de transeúntes que buscaron, en vano, ayudarlo.

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