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Oda a la improvisación y a la mediocridad

Miguel Rosales
5 Min de Lectura

PIDO LA PALABRA

La mediocridad nos invade; entramos a una zona de confort en donde la creatividad se ha adormecido; el avanzar es un concepto que ha invertido su definición; creemos avanzar cuando descansamos después de que internet prácticamente nos hizo la tarea; pensamos que avanzamos cuando hacemos gala de las influencias o arribismos políticos que nos llevaron a ocupar algún cargo que ahora detentamos pero que en los hechos no sabemos ejercer.

Para nuestra suerte otros nos allanaron el camino que ahora disfrutamos en nuestro aparente avance, es decir, unos corretearon la liebre y otros la alcanzaron y se la comen; la mediocridad nos lleva a improvisar y eso nos hace creer que avanzamos, cuando en realidad estamos retrocediendo.

El tamaño de nuestra mediocridad es directamente proporcional al alarde que hacemos de nuestros logros y conocimientos, “dime de qué presumes y te diré de qué adoleces”; y por ello, al igual que un “guarura” le cubre la espalda a la cobardía de su patrón, la arrogancia le cubre la espalda a nuestra ignorancia.

El mundo no se cambia con promesas y buenos deseos; nuestro particular mundo no se cambia con palabras que no se fundamenten en hechos; la empresa que nos pongamos a cuestas no mejorará jamás si nos pasamos el tiempo improvisando o rodeándonos de amigos de ocasión, estos últimos, escondiendo su mediocridad con abrazo y beso en la mejilla para dejarnos claro que “somos sus amigos”.

La amistad se demuestra con hechos y no con convencionalismo social; Alfonso X “El sabio” no recibió este sobrenombre por ser precisamente inteligente, más bien fue porque supo rodearse de gente que más que amistad le entregaron su experiencia y conocimientos; hoy día parece ser que un mediocre gusta de rodearse de otros mediocres para no ser opacado.

Lo peor es cuando al mediocre le entra el celo y piensa que aquél que trata de ayudarlo lo hace solo para exhibirlo, se siente tan pequeño y abrumado por los problemas, que va de error en error; su desconfianza le impide reconocer al verdadero amigo y por eso opta por el camino espinoso de la improvisación, “primero muerto, antes que evidenciar su ignorancia”; un poco de ayuda les vendría bien, pero su orgullo ciega la humildad, tan necesaria para el trabajo en equipo.

Al más puro corte Kafkiano, los improvisados se encuentran en la indefinición normativa, parece ser que sus sistemas de trabajo los elaboraron los eruditos de café, el resultado: decisiones inadecuadas con perfiles ajenos.

La improvisación es la mejor manera de llevar al fracaso el trabajo de muchos años; la improvisación ha logrado que decisiones políticas causen más daño que beneficio, ya lo vimos en lo que alguna vez alguien llamó “la nacionalización de la banca”; la improvisación ha propiciado que empresas alguna vez exitosas hayan ido a la quiebra, y solo por el mal tino de poner a un improvisado al frente de la administración; por virtud de la improvisación nuestro avance intercultural se ha ido a la baja.

Vivimos entre la improvisación y la mediocridad, y esta crece como la gran epidemia del siglo, ¡urge encontrarle una vacuna! Ponerle un remedio antes que los mediocres e improvisados nos contagien, ¿o acaso ya lo estaremos y nuestra mediocridad nos impide reconocerlo?

No lo sé, tan solo sé que en este momento estoy improvisando la mejor manera de no pensar en el mañana, en ese mañana en donde la mediocridad pondrá a prueba mi tolerancia a la frustración.

Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.

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