PIDO LA PALABRA
¿Por qué nos obstinamos en aparentar lo que aún no somos?; tal vez algún día lleguemos a ese lugar que tanto anhelamos, pero para ello necesitamos tener los pies bien puestos en la tierra, conocer nuestras limitaciones y manejarlas como áreas de oportunidad; pero no, la soberbia termina por rodear nuestro ego y lejos de parecer inteligentes -pues ese es el objetivo con tanta fanfarronería- nos convertimos en un fantoche con tintes de payaso amargado.
Aunque en cierta forma, para algunos no es tan malo que haya gente con esas características trasnochadas, pues al menos están sirviendo de mal ejemplo para no ser como ellos; aunque, a decir verdad, con el tiempo se puede tener hasta un poco de lástima por esa clase de gente, pues su inagotable soberbia -que no es otra cosa que la máscara con la que tratan de ocultar su mediocridad- no les permite darse cuenta que se han convertido en el hazmerreír de los demás.
Siempre será bueno ser perseverante, insistir hasta el cansancio en aquello que deseamos conseguir en la vida, esta actitud es ideal para los que tienen un espíritu emprendedor, y ejemplo para los que han decidido dormir el sueño de los justos; pero cuando ese deseo de superación se convierte en una obsesión única y exclusivamente para aparentar que “ya llegamos” y después de nosotros está la nada, creo que en lugar de ser una actitud triunfadora se parece más a un complejo de inferioridad.
Este tipo de sujetos necesitan alimentar su ego para sentir que son “alguien”, y para ello acuden al protagonismo; anunciar que “ahí están” y que sus logros lo tienen en el cenit del éxito; ¡está bien que se sientan orgullosos de sus éxitos! Pero el verdadero triunfador no necesita del aplauso forzado para saber lo que es y lo que tiene.
La palabra “humildad” ha ido perdiendo uno de sus sentidos esenciales; el conocer nuestras limitaciones ya no es tan relevante cuando podemos ocultar nuestras imperfecciones detrás de poses propias de un charlatán de ópera bufa, y las redes sociales hoy día han servido para ese objetivo: dar una imagen falsa de la que en realidad tenemos, pues como decía un gran amigo mío “explicación no pedida, acusación manifiesta”.
A veces pienso que las nuevas generaciones se están convirtiendo en una generación de simuladores; lo puedo apreciar a través de muchas señales que consciente o inconscientemente evidencian a cada momento; algunos se felicitan en el día del mercadólogo, o del médico, o del abogado, cuando no han hecho lo suficiente para merecer ser llamados colegas; las excepciones las celebro y hasta las disfruto; pero con los simuladores no puedo otra cosa que sentir pena por ellos.
El éxito conlleva una obsesión, pero esa obsesión debe estar enfocada a corregir los errores que en camino vamos cometiendo y con ello permitirnos aprender y crecer; pues aquel que diga que jamás ha tropezado, significa que simple y sencillamente no ha caminado.
El éxito se consigue trabajando a piedra y lodo, cayéndonos y volviéndonos a levantar, emprender el vuelo sin tener miedo a los vientos que en apariencia nos pueden derrumbar, y digo en apariencia, porque en realidad esos vientos nos están dando la materia con la que forjaremos nuestro carácter para enfrentar a las vicisitudes de la vida.
No es con simulaciones con lo que lograremos aprender, no es ocultando nuestras debilidades el cómo lograremos posicionarnos ante la adversidad; la obsesión debe ser para aprender cada día algo nuevo y no para ocultar nuestros miedos intrínsecos, pues estos todos los tenemos, pero el verdadero triunfador está consciente de ellos y logrará dominarlos con la experiencia y la humildad de los consejos de otros.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.