LAGUNA DE VOCES
Nos veremos seguramente en alguna parte para seguir la plática pendiente cuando soñamos con eternidades, tiempo imposible de fragmentar, amistades que tenían ese elemento vital que es a prueba de todo.
No, no es la conclusión de que amistades de nuestra generación empiecen a despedirse. Es la constante que decidimos manejar, cuando la normalidad nos permitía reencontrar la simple posibilidad de esperar quién sabe qué condiciones, para reiniciar esa capacidad única de ver que la tarde se oculta en medio de la palabra que edifica realidades.
Ahora que para muchos se ha hecho tarde, buscamos con ansiedad que se despeje de nubes oscuras el cielo, salga el sol y con el ánimo del que se salva de la inundación, deseamos con absoluta sinceridad que podamos quedar los suficientes para volver a soñar como cuando éramos felices e indocumentados, igual al texto de García Márquez.
Puede ser que esa sea la gran conclusión de estos tiempos: ya no hay tiempo, nunca hubo tiempo de sobra para valorar lo más preciado que teníamos cuando no existían tantos delirios de grandeza. Era, es y será hoy, el momento justo cuando en cualquier lugar encontramos a quien no vemos durante años y años, y a manera de despedida siempre decimos: “nos hablamos para ir a comer, para desayunar y ponernos al corriente”.
Siempre nos contestan o contestamos: “claro, nos hablamos”, con todo y que sabemos que no sucederá, que por alguna necia y absurda razón decidimos aceptar que no volver a tiempos idos es la mejor medida preventiva contra el recuerdo, porque el recuerdo nos hace saber quiénes éramos en realidad, no los de hoy que de tan diferentes ya ni nos reconocemos.
Creímos en la eternidad de que en este maratón en que nos inscribimos, veríamos cómo se caía el de al lado, el de más adelante, todos menos nosotros. Pero seguro a manera de consuelo manejamos a manera de constante el “nos hablamos”, para nunca hacerlo, porque todo nos interesa menos los que tenían como ambición única la de escribir, de conocer países, de amar a las mujeres más hermosas, del que no tenía nada y aspiraba a no tener nada.
No hay tiempo.
Y estos tiempos nos muestran que no hay gozo alguno en ver que se caen los que iban a nuestro lado. Al contrario, nos amarga lo que quede de existencia, y de pronto ansiamos regresar a ese café, esa mesa de bar o cantina donde se podían construir los más exquisitos sueños irrealizables. Eso es lo que se extraña.
Así que con mucha suerte cuando en cualquier lugar encontremos el recuerdo, mal haríamos en volver a la vieja y absurda frase del, “nos hablamos”, para traducirla en “hablemos, regresemos al mejor de los tiempos cuando éramos felices e indocumentados”.
Solo eso nos dará la certeza que aprendimos mucho, muchísimo de la vida, de las amistades que un día cualquiera, sin aviso de por medio, simplemente se van, descansan de la hermosa vida que construyeron al lado de quienes hoy las extrañan, y las recuerdan con el cariño que siempre supieron sembrar a su paso.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx
@JavierEPeralta