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martes, diciembre 9, 2025

Nos encanta quejarnos y no hacer nada

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Yo, por eso, me quejo y me quejo, porque 

aquí es donde vivo, y yo ya no soy un…

Gimme tha Power – Molotov

La semana pasada hubo una noticia que generó miles de reacciones, memes y reflexiones en el mundo del entretenimiento: Netflix compró Warner Bros y, con ello, ahora sería dueño de grandes franquicias como “Game of Thrones”, “Harry Potter” o el Universo DC.

Todavía no habría cambios importantes ni en la plataforma de Netflix ni en HBO MAX (donde todavía viven las series y películas de la mencionada empresa) y la gente ya salió a “rasgarse las vestiduras” y decir que ahora sí, el cine está muerto, que Netflix ha logrado un monopolio y que ya no habrá propuestas interesantes.

La compra (que, de hecho, todavía no es un hecho, porque Paramount lanzó una oferta multimillonaria por los derechos) tendría efecto hasta finales de 2026 o principios de 2027, pero eso sí, la gente ya anda preocupada por los cambios que hará la plataforma rojinegra con su nuevo bebé y por lo inclusivo que volverá a sus productos.

La gente puso “el grito en el cielo” también cuando Disney compró FOX y otras empresas o cuando Amazon hizo lo propio con Metro-Goldwyn-Mayer. Hay tantas plataformas hoy en día que estamos volviendo a ver la televisión con cable nuevamente, pero pagando mucho más.

La gente se queja de que ya no habrá cines y ahora todo será por plataformas, pero no va a esos establecimientos. Y hacen bien, está todo bien caro últimamente y si no le sabes a las promociones, mejor ni acercarse. Pero a la gente nos encanta quejarnos.

Nos quejamos si la gente marcha para exigir sus derechos o si nadie hace cambios profundos en un proceso o mecanismo que todo el mundo sabe que está mal. Eso sí, cuando por fin vemos a un valiente que alza la voz o denuncia, lo tachamos de problemático y/o desagradecido.

Nos quejamos de nuestra familia, de nuestro equipo de fútbol, de las redes sociales, de los errores propios y ajenos. Nos quejamos hasta de los que se quejan demasiado, pero eso sí, los que no se quejan son para nosotros unos tibios, unos insatisfechos… Unos tontos, vaya.

Nos quejamos, eso creo que es inherente al ser humano y es hasta sano, porque es el primer paso que nos lleva a la acción, pero, ¿cuántos realmente hacemos algo? ¿Cuántos nos sacudimos el “solo hago lo que me toca” para realmente dar un paso más allá, aunque no logremos el objetivo?

Y cuando lo hacemos, cuando actuamos desinteresadamente, cuando pensamos más allá de la caja y ayudamos, ¿vale la pena volver a hacerlo? Porque es muy fácil en un mundo rosa decir que todo va a estar bien, que todos somos hermanos y debemos apoyarnos, pero… La persona que estamos ayudando, ¿haría lo mismo por nosotros?

Sinceramente vivimos en un mundo ingrato, en el que nos la pasamos tratando de no lastimar el ego y de no decir las cosas incorrectas para no ofender al prójimo, pero las personas que valen realmente la pena son aquellas a las que no hay que “tratar con guantes”.

Ojalá en esta vida, carente de perfección, nos sigamos quejando hasta ser escuchados; actuemos a favor de un camino menos sinuoso; seamos más agradecidos con las personas que nos hacen favores imposibles de pagar y recíprocos con aquellos que sí se pueden compensar con facilidad. 

Ojalá haya un mundo más humano, más empático y más quejoso, porque como diría aquella frase célebre: “Si tu trabajo de ayer ya no te satisface, es buena señal, significa que estás progresando”.
Nota: Ojalá que las quejas hubieran salvado el cine de Plaza del Valle, el Iracheta o cualquiera de los otros que desaparecieron por falta de público, porque ahí estuvieron cuando cambiaron los formatos, pero no fueron respaldados.

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