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domingo, enero 26, 2025

¡Muchas gracias, Anita!

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UN ADULTO RESPONDABLE

‘Algo malo debe tener el trabajo, o los ricos ya lo habrían acaparado’

Cantinflas en “Ahí está el detalle”

La maestra Lupita me dijo un viernes “Vamos a vender pollo ximbo”, yo no tenía idea de que ese sería el inicio de mi carrera como trabajador, seguramente ella sí lo predijo, porque era sumamente sabia, pero yo quedé fascinado, al fin tenía dinero que no venía de mi familia. Y para ser honestos, eso me gustó.

Mi vida laboral ha sido bastante extravagante, además de la constante del periódico, en el que ya voy para seis años, he sido vendedor, encargado de papelería, cargador, empacador y hasta “armador” de ataúdes (una cosa bien rara). A todos y cada uno de mis jefes y jefas les aprendí algo y estoy sumamente agradecido con los que me enseñaron qué hacer, pero también con aquellos que me enseñaron qué no hacer y cómo cada quien puede poner un granito de arena para lograr que los clientes se sientan bien y regresen felices contigo, cómo llegar a hacer amigos y cómo compartir el conocimiento que bien o mal, uno llega a poseer.

Pero en esta ocasión, dedico esta publicación a Anita, mi jefa en la recaudería, ese lugar en el que estuve cerca de año y medio y al que debí renunciar porque me llegó una nueva oportunidad. Esa mujer no solo me contrató sin experiencia, no se cansó de enseñarme y siempre confió en mí, a pesar de que nunca he sido muy ducho para eso de la cocina o las combinaciones de ingredientes.

De ese lugar me llevo grandes aprendizajes, entre los que destaco: la habilidad para cortar el pollo (que aunque ya no lo hacía tanto, lo que bien se aprende nunca se olvida), el poder distinguir una gran cantidad de hierbas, no sólo el clásico cilantro y perejil, también el epazote, la hierbabuena, las espinacas, el romero o el apio. Eso sí, nunca pude ver las diferencias entre los picantes, pero al menos aprendí que el chile morita huele precisamente a mora y que el árbol y el serrano son para las salsas.

Me la pasé tan bien, aunque voy a extrañar a los clientes y a mis compañeros, a quienes les tengo un profundo cariño y respeto por todo lo que aprendí de ellos y el cómo me hicieron “parir chayotes” en más de una ocasión.

Nunca voy a olvidar a Anita, esa persona que diario se levanta bien temprano para correr a la central, que no pone pretextos, sino que busca soluciones para nunca fallar. Esa mujer que tiene sueños tan grandes que no caben en dos locales (ya va por el tercero). Mi jefa…

Con ella siempre voy a estar profundamente agradecido, porque me trató con respeto y bondad, porque siempre tenía una palabra de aliento y sabía escuchar, porque aunque le renuncié dos veces, ella siempre me alentó a “perseguir lo que la vida tenía para mí más adelante”. Porque me dejó faltar para hacer frente a los compromisos familiares, laborales y de ocio cuando fue necesario.

A esa mujer la admiro mucho, porque supo darle oportunidad a mis compañeros migrantes, en los que nadie más confió, porque muchas veces nos alimentó o nos invitó un refresco, una golosina o nos ayudó a conseguir más barato algún material o alimento.

Lo expreso en este espacio, porque sé que si lo dijera allá afuera, de frente, me pondría muy emotivo y posiblemente no podría terminar.

Pero en serio, ¡Dios bendiga a los emprendedores! A aquellas personas que van por la vida superando todos y cada uno de los retos que implican poner un negocio, que sacrifican reuniones familiares, tiempo libre y demás, para lograr su cometido, y aquellos que como Anita, saben lo que es fregarse el lomo y estar conscientes de que sin la gente que contratan, sin nosotros como trabajadores, no podrían lograr tanto, y por eso nos protegen y nos ayudan a mejorar.

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