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Luego de una parranda independentista (que ya mero llega)

Javier Peralta
6 Min de Lectura

LAGUNA DE VOCES

-Es posible detener el tiempo. No en el sentido figurado, no, sino en términos reales, que se pueden apreciar de manera inmediata con las pruebas que usted crea convenientes. En el momento que lo desee hacemos la prueba, pero debe saber que después ya no hay vuelta atrás y seguramente se le hará un infierno no poder vivir como lo hace hasta el día de hoy, sin pausas que al principio divierten, pero que acaban por convertirse en un castigo como cuando le da un hipo imposible de quitar. Todavía maldigo el día en que descubrí cómo hacerlo, pero los halagos, la lisonja de la familia me pidieron darme cuenta de lo que estaba por provocar, de tal modo que si hoy comparto este don que no es don alguno, a lo mejor es para que entre los muchos que ya conocieron los misterios del arte de detener el tiempo, alguien me acompañe hasta el momento en que tenga que morir y me impida hacerme a mí mismo una última maldad. Verá usted, todo empezó una mañana en que me dio por hacer ejercicio en una caminadora que tronaba de todas su partes, pero contaba a la perfección cada segundo en que uno se trepaba para bajar la panza y sudar la cruda del alcohol. Apenas habían pasado las fiestas de la Independencia, y como comprenderá se come y se toma mucho, de tal modo que igual que algunos de mis vecinos, dispuse que era el momento de terminar la vida de descuidos, y pasar a la que exige ante todo ejercicio, mucho ejercicio. Con audífonos en orejas y música de los años en que nací, me dispuse a emprender el camino de la salvación cuando por un instante veloz como un rayo, pensé que el segundero de la caminadora podría detenerse y así el tiempo mismo. Solo lo pensé una fracción de segundo, que puede ser una milésima, pero fue suficiente para ver en la pantalla de números negros sobre un fondo gris-verdoso de cuarzo, que de pronto los número empezaban a tardar más de lo debido y que al 1 seguía un 2 que parecía que bostezaba de la pereza que cargaba. Viejo como está el aparato, decidí aplicar el viejo y conocido truco de sorrajarle un golpazo que hizo parpadear el tablero sin resultado alguno. En la calle la gente caminaba con el paso de siempre, pensé, por lo que la única explicación era que alguna descarga había descompuesto el reloj que también cuenta calorías, kilómetros recorridos y hasta ritmo cardiaco. Volví a pensar que yo había pensado en que el tiempo se detuviera, no que se hiciera lento, y el 3 que se arrastraba para convertirse en 4 se quedó estático, petrificado por algo que sin duda ameritaba una denuncia ante la Profeco, que aunque no haría nada, por lo menos me dejaría con el gusto de haber demandado. Y sucedió lo que tenía que suceder: no podía moverme. Todos lo hacían a su paso de siempre, pero yo estaba engarrotado, pero más que engarrotado, algo se había colapsado en mi interior que me impedía entender si el tiempo se había detenido o solo era yo en un ataque de pánico. No hubo alarma en la familia porque hacía lo de siempre, pero con la certeza de que estaba estático, ajeno al tiempo que a todos hacía con algunas décadas, viejos, luego más viejos y finalmente difuntos. Todo había empezado dos días después del Grito de Independencia, y entonces el resultado lógico es que era el 17 de septiembre, aunque después descubrí que de alguna forma podía engañarme con las fechas, y mirar que los calendarios no solo no cambiaban, sino que se repetían hasta la saciedad. Por eso hoy vine a verlo, para que me haga saber si el que mira los números de la caminadora donde usted pretende sudar la cruda monumental que se trae soy yo, que igual que usted pensé que podía espantarme los dolores de la borrachera con ponerme a correr como enloquecido. No lo culpo si empieza a pensar que soy una invención de su mente abotagada por los dos, tres días en que se la pasó sin pegar el ojo, y menos si cree que el tiempo se detiene con tan solo desearlo, aunque conozco a crudos que con toda el alma han pretendido detener el paso de los segundos y las horas, con base a desear dormir tres meses de corrido para escaparse del sufrimiento que deja una parranda independentista. Así que ya lo ve, la verdad no sé si usted es el irreal, una invención, o el que lo cuenta. A estas alturas ya no sé nada.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx

@JavierEPeralta

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