RETRATOS HABLADOS
El hecho fundamental es que nosotros, los de entonces, hace 45 años, ya no somos los mismos. No podemos ni debemos ser los mismos, porque a los 18 cursaba el último semestre del bachillerato en el Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel Azcapotzalco de la Ciudad de México. Soñaba, como todos, en ser partícipe de una revolución, y Cuba era el modelo a seguir, por su lucha en contra del imperialismo yanqui, el bloque, y todo eso que se consideraba una transición que pagarían algunas generaciones, pero resultaba un sacrificio mínimo, según los que observábamos de lejos, si se podría arribar a una sociedad justa, igualitaria, socialista pues, donde todos tendrían el derecho de ser lo que soñaban.
Degustábamos cotidianamente el sueño del martirio por un sueño, y con bastante regularidad nos mirábamos en una fotografía con gorra del “Che” y la mirada puesta en el horizonte de las ensoñaciones.
Y no, nosotros los de entonces ya no somos los mismos, y bajo ninguna circunstancia podríamos presumir mantenernos en una actitud idéntica, porque no sería indicador de lealtad alguna con nadie, ni siquiera con nosotros mismos. Siguen, sin embargo, en igual o peores circunstancias los habitantes de Cuba, en tiempos que un bloqueo que será eterno, ya no puede justificar todo lo sucedido.
Es cierto, la existencia de ideologías claras, transparentes, nos dio razón de vida, de rebeldía, porque, o se era de izquierda, por tanto, revolucionario y justiciero, o se era de la derecha, sinónimo de explotador, conservador y miserable.
Eso fue hace 47 años, y por supuesto, hay muchas condiciones que se mantienen en un país como el nuestro, que sin duda justificarían una revolución armada, pero que, para fortuna de todos, no se ha registrado.
A los 18 años uno tiene como sentido claro y específico en la vida, dar poco valor a la vida, porque se entiende que se trata de un ministerio que debemos cumplir para el bien de todos, y si ya no estamos para cuando esa labor humanitaria concluya, es lo de menos.
Con bastante regularidad se abren bien los ojos cuando nacen los hijos, y se detecta de inmediato que simplemente ya no podíamos ser los mismos de esos años ceceacheros, sin que esto signifique dar la espalda a los ideales. Pero los ideales aterrizan en ver como simples seres humanos a personajes como “El Che”, que estábamos seguros era la reencarnación de Cristo, y, pese a todo en lo que fue a parar la Revolución Cubana, puede que haya sido uno de los más congruentes en su vida y muerte.
Nos dimos cuenta que esos simples hombres, como el comandante Castro, luego el comandante Ortega en Nicaragua, era por esa razón, y porque no se murieron a tiempo, igual que todos. Es decir: ambiciosos, criminales, ruines y traidores a su propia palabra.
La etiqueta de verdadero mártir, de digno representante de un sueño, se gana con la muerte. La vida los pone en su lugar, y hoy, pocos serán los que califiquen de justos a dictadores como Castro y Ortega.
Ayer en México, fuimos testigos simplemente de la repetición de esquemas de poder utilizados casi un siglo por el PRI, y que de nueva cuenta son usados, para que un senador pillo votara por una reforma que se supone da todo el poder al pueblo, pueblo que a la fecha nadie entiende dónde se encuentra. Porque cuando voy a mi pueblo, no es que vaya a ver a multitudes. No, voy a mi tierra, al pueblo de mi padre y mi madre. Eso es el pueblo, no las muchedumbres que todos los políticos moldean a su gusto, y supuestamente son su encarnación.
A nadie espanta lo de ayer, porque siempre ha sido así. Nadie es diferente.
El asunto es que descubrimos con certeza que sí, que efectivamente, nosotros los entonces, de hace más de cuatro décadas, ya no somos los mismos.
¡Y qué bueno que así sea!
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.mx
X: @JavierEPeralta