LAGUNA DE VOCES
La tierra, de los parques, de los jardines, de los camposantos, se refresca con la lluvia. Cesan las tolvaneras, terregales, o como usted quiera llamar esas tardes en que nos convertimos en fantasmas dolientes, con los ojos llorosos y las alergias que traen a media ciudad con estornudos de trompeta y tos cavernosa. Por eso la tarde de ayer todos, de alguna u otra manera, descubrieron que el calor demencial, las presas y lagunas tostadas por el inclemente sol ya habían sido demasiado, simplemente insoportable. Y la caída simple, constante y sonante de gotas en el árbol de maceta que se asoma desde el balcón, el sonido al escurrirse a través de las ramas de los árboles en el jardín de la calle, nos convocaron la noche de anoche a la esperanza. Después de todo, de las campañas políticas, que dejaron como única herencia basura física y mental; después de todo, en que el futuro espanta hasta al más pintado, que llueva es un milagro, un signo simple pero vital, de que a todo lo demás podremos sobrevivir, pero nunca a la falta de agua.
Así que la tierra, a través de la lluvia, empezó a respirar, a jalar aire a punto de ahogarse. Así que, después de todo, no es el final, sino, otra vez, el principio de la vida, de los sueños calcinados a golpe de 30 o 33 grados centígrados, de un país que se prepara para celebrar el ritual de cada seis años, aunque está vez, esta precisa vez, con un cambio que todos ven, pero se niegan a reconocer, que es la primera puesta en marcha de una máquina del tiempo que nos llevará al pasado, cuando no hacía falta gastar en instituciones, y solo la palabra de un hombre, un solo hombre, bastaba para que una palabra se convirtiera en verdad, en creación de una realidad inexistente.
Pero llovió y eso es consuelo.
De algo sirve pensar que, después de todo, este andar seguirá hasta el fin, hasta que un día, muy pero muy lejano, el calor se desate más bravo, más injurioso, más demencial, y en ese justo instante sepamos, entendamos con resignación, que nunca más volverá a llover.
Solo ante esa realidad, los hombres que se creyeron dioses, llorarán, confesarán públicamente que siempre mintieron, pero será demasiado tarde. Será simplemente el fin de todo.
Pero ayer llovió.
Y es el principio de la esperanza.
Mil gracias, hasta mañana.
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