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lunes, junio 9, 2025

Libertad de expresión en la era digital: ¿libres para qué?

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RETRATOS HABLADOS

Tiempos nuestros en que, hablar de libertad de expresión es enfrentarse a un espejismo: una promesa noble y esencial que, sin embargo, ha sido distorsionada por la dinámica voraz de las redes sociales. Hoy, en esta era digital donde los algoritmos dictan lo que vale la pena ver y donde los “me gusta” se confunden con legitimidad, la expresión libre ha mutado —de ejercicio responsable a simple performance—. ¿Expresarse para qué? ¿Para quién?

En nombre de la libertad de expresión, cualquiera grita. Pero pocos, muy pocos, escuchan o leen. La cultura de la inmediatez ha reemplazado el análisis, la profundidad y el contexto. Las ideas se sustituyen por frases llamativas, los argumentos por indignación viral, y el periodismo por entretenimiento. La consecuencia es un ruido permanente en el que la palabra se trivializa y el pensamiento crítico se desvanece.

Miguel Ángel Granados Chapa, uno de los más lúcidos periodistas mexicanos, hidalguense, advertía: “El periodismo es un ejercicio público de la razón”. Hoy, sin embargo, parece bastar con el impulso. La razón ha cedido el paso al impulso emocional, a la “indignación de plantilla”, donde se responde antes de entender y se opina antes de saber. Vicente Leñero, autor y periodista íntegro, defendía la narrativa como herramienta para comprender la realidad, no para distorsionarla con filtros y efectos. Julio Scherer García, desde la trinchera de Proceso, entendió que el periodismo debía ser contrapeso del poder, no cómplice de su banalización o caricatura.

El filósofo italiano Norberto Bobbio definió la libertad de expresión como un derecho instrumental: no basta con tenerlo, hay que usarlo para la deliberación democrática, no para la dispersión narcisista. Hannah Arendt advirtió también sobre los peligros de una sociedad que ya no distingue entre hechos y opiniones. En las redes, la opinión se absolutiza, se impone con violencia simbólica y muchas veces real. Y así, todos se sienten adalides de la libertad de expresión… mientras cancelan, acosan o silencian a quien piensan distinto.

En México, esta paradoja es aún más cruda. Las trincheras digitales están llenas de “mártires” que nunca han leído a los verdaderos defensores de la libertad: periodistas que arriesgaron la vida para denunciar, no para polarizar. Como señaló Jesús Silva-Herzog Márquez: “Defender la libertad de expresión no es defender el derecho a decir cualquier cosa, sino el deber de decir algo con sentido y responsabilidad”.

El nuevo campo de batalla no es solo político, es también cultural y tecnológico. La libertad de expresión debe ser rescatada del espectáculo. No basta con poder hablar; hay que tener algo que decir. Y más aún: hay que estar dispuesto a escuchar, a argumentar, a dudar.

En tiempos donde la lectura es una práctica en vías de extinción y los medios tradicionales agonizan frente a influencers sin rigor, el verdadero desafío es volver a darle sentido a la expresión. Libertad, sí. Pero no como excusa para el ruido, sino como condición para el diálogo. No para los likes, sino para la verdad. Aunque duela. Aunque no se viralice.

Como escribió Granados Chapa en uno de sus últimos artículos: “El silencio es complicidad, pero el griterío vacío también lo es”. En este mundo de voces huecas, la libertad de expresión necesita ser, más que nunca, un acto de responsabilidad.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx

@JavierEPeralta

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