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lunes, diciembre 9, 2024

Ley silla: un síntoma

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LUZ DEL PENSAMIENTO

Los psicoanalistas tienden a considerar a los síntomas como una forma en la que lo que reprimimos se modifica para ser aceptado en la consciencia y en nuestra vida diaria. Lo que no aceptamos de nosotros, lo que no queremos pensar, sentir o confrontar se tuerce, intenta borrarse, desaparecer, pero no lo logra. Eso reprimido solo queda inconsciente, no visible, impensable, pero está ahí. Lo que se reprime siempre sale a flote, aparece, aunque nosotros no lo queramos y siempre dice la verdad de lo que se dice. Lo inconsciente siempre retorna cuando más se intenta suprimir, son los olvidos de eso que no queremos hacer o a donde ir, son esos sueños que dejan un sentimiento raro por la mañana, esos chistes que más que cómicos suenan a algo que se sufre, son los lapsus y los cambios de palabras que luego se vuelven bochornosos, es equivocarse, hacer lo contrario o algo diferente a lo que se quería. Todo eso que en nuestra consciencia por un momento nos suena raro, es lo que nos hace decir ¿por qué hice eso? Antes de querer olvidarlo y seguir en nuestro paraje cotidiano.

A inicios del mes de octubre la Cámara de Diputados aprobó por unanimidad el proyecto de la Ley Silla, desde su publicación se han hecho júbilos de este acontecer en las condiciones laborales de México, otros más, muy pocos en realidad, no tardan en ver lo malo de una ley como esa. Pero este fenómeno nos muestra una cara muy oscura del país. Regresando a lo anterior, un síntoma es un conflicto, o mejor dicho la expresión de uno. A dicho mecanismo donde lo reprimido se deforma se le llama «formación de compromiso», ese nombre es una analogía en sí misma, es como un compromiso entre lo que aceptamos y lo que no aceptamos y reprimimos de nosotros. Eso que no nos gusta aceptar, reconocer o sentir toma formas distorsionadas, deja de ser directo para parecer aceptable, o cotidiano. Eso hacen nuestros sueños, chistes, olvidos o actos fallidos, lo que esta inconsciente o reprimido toma otra forma para escapar, se compromete con lo consciente de tomar una forma menos agresiva, menos directa de lo que no nos gusta admitir. Es claro que esta exposición habla de temas que escapan del diván y el consultorio, pero este mismo mecanismo que está presente en los humanos, vive en las relaciones sociales y nuestros vínculos con los demás, desde los menos complejos hasta los más estructurados. En resumen, un síntoma es un conflicto entre lo que se admite y no se admite de algo, puede ser solo de algo que literalmente no se dice, lo que no queremos sentir, las decisiones que no queremos tomar o hasta de la manera de ser que tomamos en lugar de la que sí queremos.

Fuera de lo individual, la ley silla es un ejemplo perfecto de estas formaciones de compromiso. En el exterior la política moderna que vive el país es bastante celebrada por el extranjero; por ejemplo, en Corea del Sur, y sobre todo en la Unicef, ha sido bastante celebrada la NOM-051 y el nuevo etiquetado en alimentos y bebidas, la NOM-035 sobre factores de riesgo psicosocial en el trabajo fue aplaudida por la Organización Internacional de Trabajadores (OIT), incluso, a pesar de retomar el uso de energías fósiles, la Unión Europea y parte de la comunidad internacional celebran y reconocen el esfuerzo de México por cumplir con el Acuerdo de París a pesar de su dependencia energética al petróleo. La Ley Silla es un síntoma, aparece un ligero cambio en un país que tiene mucho por hacer, esta ley podría verse como un gran hecho afortunado, un enorme avance en la batalla por preservar los derechos laborales y humanos, sin embargo, a México aún le falta demasiado y lo que tiene lo ha conseguido bastante tarde. Esta ley ha sido aprobada en el 2024, casi tres décadas de iniciado el nuevo milenio, esta norma ha llegado con mucho atraso a un país con las peores condiciones laborales en América Latina. En México, según Clockify, se trabaja cerca de unas 2 mil 226 horas al año, solo unas pocas menos que las 2 mil 309 que trabajaba un inglés para su señor feudal en la edad media. Cada que se señalan estos datos se pone como excusa la situación joven y pauperizada que tiene el país como una nación económicamente presente en el mundo, pero países de América Latina con condiciones similares o aún más precarias que México tienen cifras sorprendentes. Según Sofía Solórzano, en México se trabaja cerca de 48 horas semanales, a comparación de Chile donde se trabajan 30, en el Ecuador, Costa Rica, Brasil y Uruguay 40 semanales, Argentina con 35 horas y Paraguay con solo 30 horas a la semana. La misma OCDE expresa que estas horas menos no son traducidas en menos salario, un ejemplo de Latinoamérica es que esas mismas 2 mil 226 horas trabajadas en México equivalen en PIB a 94 dólares, mientras que en Chile con menos horas al año (mil 962) valdrían 111 dólares. De este modo la mano de obra, y en general el trabajo en México, es muy mal pagado en comparativa de países extranjeros, ya no por condiciones difíciles y escasez en suelo mexicano, esto sencillamente puede ser producto de un aprovechamiento de parte de los empleadores hacia los empleados. La OCDE ha sido clara: México es el país donde más se trabaja al año y donde menos se gana.

Hay un discurso que se reprime, un discurso que no quiere ser expuesto en nuestra consciencia y que se hace fácil con omitirlo o solo no mencionarlo: que México es uno de los países con las condiciones laborales más ínfimas a nivel mundial. Estos derechos en el país han sido retrasados a casi el nivel de horas que se trabajaban en el medievo. Hay un conflicto enorme entre un modo de vida digno y el modo de vida explotador que se ha permeado desde hace varios años. En México habita una cultura del sacrificio, del “échale ganas” o de ponerse la camiseta por la empresa, un modo de vida que no respeta horas extras y el tiempo personal, uno que arrasa con la salud mental, uno que asiente y sigue trabajando, aunque los salarios se pausen desde hace meses. La Ley Silla es un síntoma de este conflicto, de una pulsión novedosa y crítica hacia lo establecido contra una pulsión de lo aparente, lo que pareciera que es “lo natural” y lo que debe ser. Este síntoma, o formación de compromiso está en dicha ley, es un escape de eso que no queremos ver, se suelta y se deja ver momentáneamente, como la punta de un iceberg, que parece un pequeño montículo de hielo, aunque por debajo se esconda una masa abismal congelada. Este síntoma es algo que nos recuerda lo que aún no está resuelto. También nos hace decir ¿por qué hice eso? ¿Por qué hice ley en 2024 algo que en Chile se había aprobado desde 1914 o en Argentina en 1935, algo tan inhumano —como es obligar a un trabajador a permanecer más de 8 horas de pie—, que otros países ni siquiera tienen la necesidad de regular por verlo imposible de obligar a hacer? Esta Ley es un síntoma de conflictos más viejos al interior de la nación, condiciones previas que no siempre se toman en cuenta, y que, ante todo, se omiten, se aligeran, se alejan de la esfera social y que al ojo público no parecen temas “trascendentes”.

Como seres individuales, y grandes grupos de masas, evitamos los conflictos, más si son internos, pero el conflicto nunca se borra, se tapa y se intenta censurar, pero está ahí, reclama su espacio y debe ser resuelto. La política nunca es decisión de algunos, sino de todos, estar a la vanguardia de ello, de participar en las decisiones que repercuten en nosotros es una enorme responsabilidad, con nosotros, con los demás. Pero ante todo con nuestro pasado y obviamente con nuestro futuro. Tomar consciencia y tomar praxis de estos hechos es lo único que tenemos para nosotros, en el consultorio el terapeuta no ayuda o salva a sus pacientes, los acompaña en sus procesos, del mismo modo en la vida social, no llegará una salvación solo por esperarla, tenemos que forjarla lo más que se pueda a nuestras posibilidades y capacidades.

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