LAGUNA DE VOCES
Ahora que el frío nos guarda en la casa, de alguna manera llegan a la memoria los tiempos en que papá llegaba con una bolsa enorme repleta de pan que nos reunía en la mesa de la cocina, donde siempre nos juntábamos para platicar con motivo del café con la concha de chocolate, los polvorones, lo que a cada quien le gustaba. El clima era helado, igual al del pueblo pegado casi al Pico de Orizaba, y una bebida caliente animaba el espíritu y nos advertía que debíamos conservar cada instante en la memoria, porque nunca se volverían a repetir.
Seguramente usted tiene un recuerdo ligado al pan de la tarde-noche, animado con las pláticas de sus padres, sus hermanos, la familia que en ese entonces uno pensaba que sería eterna, y que, por algún milagro de la existencia, nos esperarían, fuera el tiempo que fuera, el que nos ausentáramos.
Al ser ya una persona adulta, de los calificados como mayores, nos descubrimos en el intento casi cotidiano de dar vida a ese rito del pan, con temor cierto, porque son los padres los primeros en ausentarse, sin que nos hayamos dado cuenta de que se habían hecho viejitos, igual de amables y amorosos, pero con la carga del tiempo que empezaba a anticipar su partida definitiva.
Además, que ser dignos de ese puesto en una familia, no es poca cosa. Es la mayor responsabilidad, la más cierta, la que nos lleva a esas tardes cuando poco o nada preocupaba, como no sea afianzar la certeza de que siempre estaríamos ahí, en esa mesa de la cocina donde nos sentíamos tan, pero tan seguros.
Espero con sinceridad, que todos hayamos tenido esas tardes-noches de pan, de largas pláticas, de escuchar con atención al hermano memorioso y siempre dispuesto a ser profesor, maestro de sus hermanos menores. Estoy seguro que desde ese momento empezamos a querer entender la razón de esta estancia en un lugar único, pleno de alegrías, también de tristezas, pero siempre de esperanzas.
Hacía frio.
Y no había lugar más cálido que el que papá iluminaba con una bolsa repleta de pan y su gusto por estar ahí, con cada uno de sus hijos, y saber que de alguna manera éramos felices.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta

