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Las malas hierbas; las malas raíces

Javier Peralta
4 Min de Lectura

LAGUNA DE VOCES

Algunas veces lo único que crece con las grandes lluvias, son las malas hierbas, que son enfermedad y muerte para las plantas que dan flores, los árboles de frutas, el pasto que se hace raíz necia encarnada a la tierra, hasta oscurecer todo lo que cubre y no dejar que pase nada, ni el sol, ni el agua. No siempre los aguaceros son adelanto de vida, por el contrario, de muerte.

Naturalmente, la vida de la naturaleza se cuenta en renovaciones si se mantiene sana, como una preparación para lo que ha de venir; solo la necedad hace pensar a descuidadas plantas, olvidadizos pastos, que se quedarán para siempre, y por eso echan raíces tan profundas, tan desperdigadas a lo largo del terreno que encuentran, que a veces será necesario acabarlas con pócimas de veneno, cortadoras de filosísimas navajas, y en última instancia, con el fuego purificador.

Sucede por el descuido de quien se encarga de velar por un jardín sinónimo de paz y tranquilidad, que solo ve la superficie y nunca escarba para ver la telaraña de raíces gruesas, casi monstruos vivientes, que se meten en las bases del árbol de manzanas, de duraznos; en la casa productora de rosas, y hasta donde crece a paso lento un geranio. Lo grave es que destruye todo, no tiene piedad de nada, como tampoco la tendrá con ella el jardinero o la persona que la descubra.

Hasta en eso nos parecemos los humanos al reino vegetal, en confundir lo superficial con lo real, y por esa creencia ignorar las malas hierbas, las malas raíces, que nunca engañan al que no quiere ser engañado, que asechan todo el tiempo, hasta encontrar el momento justo, único, para extender sus brazos que son raíces, aprisionar lo que se encuentra a su alcance y después pelear con todo para que nadie se atreva a cortarlas.

Ha de haber poda todo el tiempo, pero ninguna mala hierba, ninguna mala raíz acepta que ese ha de ser su destino, y crecen, y crecen, y se meten a los muros de las casas, y se enredan en los castillos de varilla y cemento, hasta que el descuidado cuidador se vea obligado a decidir entre tirar la vivienda o aceptar la vida eterna con manos huesudas que se cuelan incluso fuera de las paredes.

No hay remedio cuando eso sucede, cuando la desidia, la apatía, la ignorancia, permiten que un jardín florido, sea una especie de gran telaraña que se mete entre la tierra hasta oscurecer las raíces buenas de las plantas de flores y frutos.

Por desgracia nadie aprenderá nada de estos hechos. Será el fuego que termine con las plagas asesinas, y el fuego será incontrolable, y acabará con el jardín, los muros, los techos, los cimientos… y después no quedará nada.

Absolutamente nada.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx

@JavierEPeralta

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