RELATOS DE VIDA
Había sido un día ajetreado, la pequeña clínica del pueblo tuvo la visita de muchos pacientes que buscaban atención médica principalmente por gripe, pues toda la semana fue lluviosa y con vientos fuertes y fríos.
Don Romario, llevaba años como guardia de seguridad, y estaba acostumbrado al movimiento sin descanso, pero no era habitual que en la unidad médica hubiera tanta gente, por lo que al cierre del espacio, solo quería realizar su primer rondín para verificar que todo estuviera apagado y cerrado, y enclaustrarse en su caseta para dormir un rato, antes de su segunda vuelta de inspección.
Cuando salió el último paciente y el doctor que lo atendía, cerró la puerta principal y se introdujo a la clínica para verificar que todo estuviera en orden, pasó por la sala de espera, recepción, farmacia y baños para finalizar con los consultorios.
En su recorrido verificaba que no estuvieran aparatos conectados, levantaba objetos tirados u olvidados, apagaba las luces y cerraba la puerta; y pasaba al siguiente espacio.
Todo se encontraba en orden, solo faltaban los consultorios, en el primero realizó la misma rutina y pasó al segundo que se encontraba sin luces, mismas que dejó así, entraría de rápido a revisar, al llegar al fondo del cuarto observó que alguien estaba recostado en la camilla.
Era la primera vez que le sucedía algo así, parecía que el paciente estaba dormido, así que decidió llamar por teléfono al doctor para avisarle que se le había olvidado una persona en el consultorio, mientras contestaba la llamada se dirigió a la entrada para encender las luces.
Cuando por fin respondieron, comenzó a platicarle al doctor lo que sucedía, ya había encendido las luces y cuando volteó la vista a la camilla, estaba vacía, al tiempo que el profesional de la salud le aseguraba que dejó el consultorio cuando se fue el último paciente.
Don Romario no sabía qué pensar, estaba seguro de lo que había visto, pero también sabía que estaba cansado y probablemente eso fue un factor para imaginarse la escena, pero en su mente seguía fuerte la imagen de una persona acostada en la camilla.
Recorrió el consultorio nuevamente, ahora con las luces encendidas, confirmó que todo estaba bien, apagó las luces y cerró la puerta, y caminó lentamente hacia su caseta, en donde también se encerró, y seguía pensando en lo sucedido, y ya no regresó para el siguiente rondín.
Al otro día, en el cambio de turno, le platicó a su compañero lo que había ocurrido, y se fue a su casa a descansar, y en su sueño tuvo contacto con el paciente fantasma que se había encontrado, quien le pidió le llevara una veladora y le rezara para poder trascender.
Así lo hizo, en cada turno entraba con una veladora al consultorio, oraba y desarrollaba un monólogo donde contaba de su día y de su vida, en tanto el fantasma encendía y apagaba las luces, en señal de agradecimiento.