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Las llaves

Oscar Raúl Pérez Cabrera
4 Min de Lectura
Miguel López

PEDAZOS DE VIDA

Una vez más, se había quedado a trabajar en la oficina hasta muy tarde. Su hora de salida era a las seis, pero esta ocasión la carga de trabajo no lo dejaría salir a la misma hora, aunado a que tenía algunos pendientes y a que tenía que adelantar otros tantos para tener un buen descanso el fin de semana.

Pasada de la medianoche, comenzó a sentir el cansancio, definitivamente ya se tenía que ir a casa, tenía que ir a descansar y regresar temprano para concluir con sus pendientes y darse paso a los compromisos que tenía para la tarde, por lo que decidió apagar su computadora, ponerse la chamarra y salir. Al pasar por la caseta de vigilancia, se despidió del velador y se apresuró a marcharse, no había carros en la calle, no había taxis, el número para pedir un taxi estaba fuera de servicio, así sin más se echó a caminar.

La neblina había caído, y en la carretera no había ni un solo automóvil, el silencio era aterrador, con el frío de la noche apretó el paso y su cerebro comenzó a maquinar la forma en que sería asaltado en medio de aquél cuadro de soledad. Pensó varias veces en si sería apuñalado o le darían un balazo sin que hubiera un solo testigo que hiciera imperfecto aquel crimen.

“¡Y si ya me morí, y nadie me avisó!”, se alarmó. Se tocó la cara, y mientras seguía caminando sonrió, “no manches no estás muerto”, se dijo. En ese momento a mitad de camino recordó que las llaves las había puesto en el escritorio, y tras hurgar en la bolsa del pantalón y el portafolio comprobó que efectivamente, las llaves se habían quedado.

No había remedio, no había taxis, tenía que regresar a la media luz de las lámparas, la neblina y sus macabros pensamientos, al llegar a su edificio, tocó pero nadie abrió, así que metió la mano en la reja y abrió la puerta, que afortunadamente no tenía pasador ni había sido cerrada con llave, desde la ventana vio como el vigilante estaba dormido, no quiso despertarlo. 

Al entrar a su oficina vio la computadora encendida, de las bocinas seguía saliendo la música que había escuchado unas horas antes, sin embargo, en medio de la penumbra vio que un hombre estaba recostado en su escritorio frente a la computadora, al acercarse, se miró en sus propios ojos, era su cuerpo el que seguía ahí, y como imán lo jaló hacia dentro, con un vértigo que concluyó en un suspiro que lo hizo despertar, se había quedado dormido, se había ido a casa y se le había olvidado su cuerpo…

Una vez más su alma se había marchado y había agarrado camino para alejarse del cuerpo que tanto tormento le generaba. Esta alma ya estaba cansada de ese maldito cuerpo adicto al trabajo, esclava tuvo que regresar al interior, esta vez habían sido las pinches llaves las que la habían hecho regresar.

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