En los momentos de crisis, debemos seguir el ejemplo de los tres mosqueteros: todos para uno y uno para todos
Todos somos parte de una familia, cada uno de sus integrantes representa un engrane fundamental en el buen funcionamiento de ese núcleo básico de la sociedad, cada cual pone su granito de arena y su personal estilo para hacer de la convivencia familiar el lugar y momento preciso que nos proporcione seguridad y bienestar; no obstante, los enojos son normales entre los miembros de una misma familia.
En los momentos de crisis, debemos seguir el ejemplo de los tres mosqueteros: todos para uno y uno para todos.
En todos los tiempos, razas o estratos sociales, resulta indiscutible que la base esencial de crecimiento se sujeta a un principio, el de la unidad; incluso para la clase política el factor “unidad” es de vital importancia, dado que los sistemas democráticos les hace pensar siempre en el número; la posición de un ciudadano es, para ellos, tanto más “defendible”, cuanto mayor es el colectivo en que se encuadra y mejor organizado está; el “número manda” y frente a esta realidad el principio de que “LA UNIÓN HACE LA FUERZA” se convierte en una verdad incontrovertible.
Durante los últimos 20 años en lugar de “Unidad”, hemos andado a la greña, o como coloquialmente se dice: “como perros y gatos”; cada cual jalando para su lado; no trabajamos en equipo; los intereses de unos, casi por sistema son rechazados por los otros; de esta manera la liga termina reventándose por lo más delgado y el resultado es que “el pez más grande siempre se come al pez chico”; se prefiere vencer en lugar de convencer; los mayoriteos solo son sinónimo de triunfalistas por un lado; y del lado opuesto, grupos de vencidos, resentidos que tarde o temprano se la cobrarán.
Y bajo este esquema de trabajo, lo que he visto es una brutal pérdida de energía, los esfuerzos se van a la basura por no saber trabajar con un objetivo común; cada semana hay un tema nuevo para polarizar posiciones, pero jamás un tema de integración a través del dialogo o la negociación; mientras tanto, OTROS CRECEN AL AMPARO DE NUESTRA INCAPACIDAD DE DIÁLOGO; nos autogoleamos, nos metemos zancadillas y al final cómodamente siempre le echamos la culpa a los demás y no admitimos nunca nuestra propia responsabilidad.
La discusión que debe seguir, desde mi perspectiva, es el cómo evitar vernos como enemigos después de una contienda electoral que dejó resentida a mucha gente, pero no resentida con el ganador, sino resentida con sus propios institutos políticos, ahora mismo, se anda en búsqueda de los culpables pensando que con ello se solucionará el problema, sin darnos cuenta que el verdadero culpable ha sido nuestra apatía para los asuntos que importan para la sociedad, es decir, nosotros mismos somos los culpables y por ende, nosotros mismos también somos la solución.
Así como nos unimos en contra de aquello que nos afectaba, ahora también debemos unirnos en favor de lo que nos beneficie, eliminar el “dejar hacer, dejar pasar”; no debemos caer en el error al pensar que los problemas se resuelven solos, debemos unirnos para seguir adelante, no para quedarnos en el mismo lugar.
Misma situación de unidad se hace igualmente obligatoria a nivel internacional, el diálogo antes que la guerra; una integración regional requiere que los países que la componen miren en una misma dirección, armonicen sus prioridades y velocidades en la búsqueda del desarrollo; en esto sin duda radica la fuerza de esa unión; como también en la ausencia de ese horizonte común, el principal obstáculo para lograrla.
Quizá deberíamos aprender algo de seres considerados “inferiores” como los insectos; las hormigas, por ejemplo, nos ponen la muestra de “organización”, esa organización que nosotros, los soberbios, arrogantes, inteligentes, pensantes y superiores de la creación no hemos podido tener; quizá si dejamos de ver hacia abajo a los demás y por un momento levantamos los ojos, nos daríamos cuenta que no somos el punto más alto, y luego, con respeto, encauzar el camino en donde en verdad la solución seamos todos; todos para uno y uno para todos, no hay de otra.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.