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La última

Ana Luisa Vega
4 Min de Lectura
Ilustrativa

RELATOS DE VIDA

La familia estaba lo que le sigue de contenta, pero a poco menos de un día de la celebración, la apuración y el ajetreo sobresalían de la emoción porque el más pequeño de la casa recibiría el primero de los sacramentos católicos, haría su primera comunión.

En el tiempo de preparación, con asistencias al catecismo, a la misa dominical y a los retiros espirituales, la familia, principalmente sus padres, le aseguraban que después de haber recibido el cuerpo y sangre de Jesús, su vida cambiaría considerablemente.

Le repetían en numerosas ocasiones que al hacer la primera comunión, ya no tendría ideas para hacer travesuras y no habría problemas en la casa, pues al comportarse correctamente no existirían razones para enojarse.

Para Alfredito, la celebración no significaba tanto, pero cumplía para no ser regañado, y para que no le siguieran diciendo que la primera comunión era para sacarle el chamuco, porque no era desconocido para la familia, vecinos y sus propios amigos, que era latoso y muy travieso.

Ante la cantaleta y a pocas horas de estar en la iglesia recibiendo el sacramento, pensó en despedirse gloriosamente, preparó la última travesura mientras sus papás y familia terminaban de preparar la comida y arreglar la casa donde recibirían a los invitados después de la misa.

Finalmente el día esperado llegó para todos, Alfredito portaba un traje impecablemente blanco y llevaba en las manos su biblia y vela, dentro de la iglesia a su lado estaban sus padrinos y unas bancas más atrás, sus padres.

Culminó la misa, se tomó fotos con toda la familia e invitados, llegaron a casa y corrió a su cuarto para iniciar con su despedida a las diabluras, una vez lista la hazaña, regresó al patio y se sentó donde aguardó pocos minutos para que ingresaran corriendo los perros callejeros que acostumbran estar afuera de su casa.

Estaban espantados por los fuegos artificiales que Alfredito pidió a un desconocido prender, y por las latas que tenían amarradas en la cola y sonaban cuando corrían sin poder detener el ruido.

Al entrar por la puerta que el niño dejó abierta a propósito, los canes fueron directos a las mesas para resguardarse, lo que asustó a los invitados quienes al levantarse de manera abrupta tropezaban, caían o bien, jalaban el mantel con todo y comida.

El pequeño quería reír pero por alguna razón se sentía mal de lo que había provocado, al pensar en el esfuerzo y el dinero que invirtieron sus padres. Así que en un impulso alcanzó a los perros, retiró las latas y ayudó a limpiar y volver a servir a los invitados.

En realidad fue la última vez que hizo una travesura, y también fue la última vez en dudar de los dichos de la familia, porque comprobó que después de la comunión comenzó a portarse mejor y valorar lo que sus padres hacen diariamente.

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