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Hidalgo
lunes, marzo 31, 2025

La tos de mi papá 

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ESPEJOS DE LA REALIDAD

Si hay algo que me saca de quicio y me hace dudar de mi paciencia, es la tos de mi papá. No es una tos cualquiera; es continua, fuerte, inescapable. Retumba en toda la casa y desbarata el poco descanso que logro conseguir, sobre todo en días como este. Sé que le duele tanto como a quien lo escucha. Nadie quiere que su garganta se vuelva un mar rojo, pero tampoco puede evitarlo. Lo oigo ahora mismo, seguido por su respiración entrecortada y el sonido de su mano frotando el pecho.

A eso se suma el problema del agua, ese maldito detalle que siempre aparece cuando el dinero escasea y la incertidumbre se acumula. Todo parece suceder con el único propósito de quebrarnos, de desgastarnos poco a poco. El electricista acaba de llegar para verificar si es un simple asunto de cables pelados o si es necesario cambiar toda la bomba. Para eso, claro, se necesita dinero. Dinero que lleva meses atorado en una nube gris y gorda de trámites bancarios que parecen no terminar nunca.

Con todo lo que ha pasado —y sumándole la salud de mi mamá—, he encontrado un refugio en la mítica figura de la hermana mayor. Le dicen “La Mandamás”, “La Capitana”, “La Generala”, porque sabe estar al mando de esta familia como si fuera un regimiento. Ayer salimos a caminar. Le mostré unas piritas y cuarzos que alguien dejó como adorno en una casa del fraccionamiento. Me señaló un lucero que brillaba con más intensidad.

Desde que tengo uso de razón, Tania entiende mi frustración con esas pequeñas cosas que se van sumando hasta volverse insoportables. No espera que sea ansiosa o nerviosa —nadie lo espera, ni siquiera yo—, pero lo entiende. Y con eso basta. Aun con todo esto, el electricista llegó para decir que es un asunto de la bomba y que, por lo tanto, deberá cambiarse. El plomero llegará a eso de las 4 de la tarde, y un gasto más se apila en la casa que nunca termina de deshacerse.

La tos continúa, un símbolo perfecto para describir el malestar que nos rodea. En palabras de mi hermano: “Diosito ahorca, pero no…” Siempre confunde la frase, pero tiene razón. Ese Dios que maneja todo a su antojo y que pareciera disfrutar viendo cómo éstos juguetitos de carne y hueso se deshacen de maneras cada vez más novedosas, ha decidido no apretar, sino ahorcar, para mostrarnos de qué estamos hechos. Y cada vez que aseguro que serán las pequeñas cosas las que aliviarán mi día, escucho ese sonido repentino, forzado y seco, liberando aire de los pulmones, que tanto me molesta.

Pañuelos húmedos y usados, miel con limón, tensiones arteriales altas, bombas de agua, fantasmas de cajeros automáticos, líderes antagónicos, narcotraficantes y sus cartas, abogados mexicanos… Todo se apila como la ropa sucia que necesita agua y el plomero sigue sin llegar.

Iré, como es el trabajo de la hermana menor, a molestar a Tatis, que, además de que nos burlamos con singular alegría del enfermito hipocondriaco, quien la locura lo lleva a imitar la caminata de Biden, es la que, con su compañía, me recuerda que las cosas salen, a pesar de todo.

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