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jueves, marzo 6, 2025

La lucha contra el abuso del poder es,finalmente, un acto de amor hacia la sociedad

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RETRATOS HABLADOS

En la historia de la humanidad, los imperios han surgido y caído. Es una historia eterna, igual que la humanidad.

 Cada uno de ellos ha estado marcado por líderes que, en su afán de poder, han olvidado la esencia de la justicia y la ética. En este contexto, el político abusivo, prepotente y grosero, se convierte en un símbolo de la decadencia de un imperio que, aunque aún se sostiene en pie, se encuentra en un estado de descomposición. Como bien señala el filósofo italiano Giovanni Sartori, “el poder es un fenómeno social que se manifiesta en la capacidad de influir en el comportamiento de otros”. Sin embargo, cuando este poder se ejerce de manera tiránica, se convierte en un veneno que corrompe no sólo al que lo ostenta, sino a toda la estructura social que lo sostiene.

La figura del líder enfermo de poder, como lo describe Max Weber, es aquella que se aferra a su posición a través del miedo y la manipulación. Este tipo de liderazgo, que se basa en la dominación y la coerción, es un reflejo de la incapacidad de un individuo para reconocer sus propias limitaciones y la necesidad de un diálogo constructivo. En este sentido, Platón, en su obra «La República», nos advierte sobre los peligros de un gobierno que no busca el bien común, sino la satisfacción de intereses personales. La prepotencia de un político que se siente invulnerable es, en última instancia, un signo de debilidad, una máscara que oculta su inseguridad y su falta de visión.

El trato que se debe dar a un líder así es, por tanto, un dilema ético. La historia nos enseña que la resistencia pacífica y la crítica constructiva son herramientas poderosas. Séneca, el filósofo estoico, nos recuerda que “no hay mayor mal que el que se hace a uno mismo al dejarse llevar por la ira”. En este sentido, es fundamental que la sociedad no caiga en la trampa de la violencia o el desprecio, sino que busque formas de confrontar el abuso de poder con dignidad y firmeza. La crítica debe ser incisiva, pero también respetuosa, pues es en el diálogo donde se encuentra la posibilidad de transformación.

La encrucijada que vive México ante un personaje de este tipo encarnado por el millonario poderoso que es presidente, y se comporta como el abusivo del salón de clases, no debe desembocar en creer que asumir sus mismas poses ególatras y soberbias, pueda servir de algo.

John F. Kennedy, en su célebre discurso inaugural, nos instó a no preguntar qué puede hacer el país por nosotros, sino qué podemos hacer nosotros por el país. Esta llamada a la acción resuena con fuerza en tiempos de crisis. La ciudadanía tiene la responsabilidad de exigir rendición de cuentas y de promover un cambio que no dependa de la benevolencia de un líder, sino de la voluntad colectiva de un pueblo que se niega a ser sometido. La historia ha demostrado que los imperios en decadencia, a menudo, son el resultado de la complicidad de sus ciudadanos, quienes, por miedo o apatía, permiten que el abuso prospere.

En definitiva, el trato hacia un político abusivo debe ser uno de resistencia activa y crítica constructiva, por parte del ciudadano, y enérgica de las autoridades de un país como México, hoy en medio de la locura exhibicionista de un presidente como Trump. 

La historia nos enseña que los imperios caen, pero también que la dignidad y la ética son las bases sobre las cuales se puede construir un nuevo orden. La lucha contra el abuso de poder no es solo una cuestión de justicia, sino un acto de amor hacia la sociedad y hacia uno mismo. En este camino, la voz de cada ciudadano se convierte en un eco que resuena en la eternidad, recordando que el verdadero poder reside en la capacidad de transformar la realidad a través del respeto y la razón.

Mil gracias, hasta mañana.

Correo: jeperalta@plazajuarez.mx

X: @JavierEPeralta

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