LAGUNA DE VOCES
El sol de octubre quema, pero deja un frío glacial apenas uno se guarece en la sombra. En el mundo de las realidades que inventamos todos los días, se supone que estamos muy lejos del sol, y bastante cerca de esa línea inexistente, donde caminamos de regreso al patio donde vive el astro rey, con paso de estaciones de por medio, y la eterna costumbre de pensar que el diminuto rincón del universo donde radica nuestra galaxia, es el centro de los únicos seres que se admiran de la inmensidad de ese pasaje oscuro del espacio.
De alguna manera siempre regresamos al mismo lugar donde nuestros antepasados se espantaron cuando vieron el cielo estrellado, y luego saltaron desde esas alturas los dioses para todos los gustos, con los que pretendieron explicar, a veces con tino la divinidad del rayo, la lluvia, el mar y los terremotos, pero sin éxito en los asuntos de la muerte y es la razón de que estemos en estas tierras sin entender nada, o casi nada.
Estarán todos de acuerdo que lo más hermoso de este mes, que ya está a punto de terminar, son sus lunas, solitarias en un cielo que anuncia el invierno; brillantes como si un reflector de tamaño descomunal, que no es el sol claro está, la alumbrara para solaz de todos sus admiradores y sentimiento de cierta tranquilidad, porque los fríos garantizan cierta disposición a la reflexión, aunque nunca está por demás afirmar que también generan la tristeza amarga porque en todos estos cientos de años, miles y miles dicen algunos, hemos sido incapaces de comprender el porqué de este paso tan diminuto en tiempo, por estos rumbos de la galaxia que, ya sabemos, es muy, pero muy pequeña.
Todavía se pone peor cuando nos informa que el cometa 3I/Atlas, que navega a una velocidad de 210 mil kilómetros por hora, en definitiva, no es una nave espacial alienígena, sino la ilusión que el ser humano siempre lleva en el corazón, de que alguien toque en la puerta de nuestro vecindario con la buena nueva de que no estamos solos, que hay un montón de habitantes en este majestuoso universo.
Porque resulta, la verdad sea dicha, muy triste pensar que, entre miles y miles de millones de planetas, en miles y miles y miles y más miles de galaxias, solo haya una especie de robots, eso sí muy avanzados, que se ufanan de ser los primeros de su especie en un planeta azul, y también los únicos que hace ya un buen de años, mandaron un mensaje escrito en un disco de oro, para que lo lean, y nos hagan el favor de venir a saludarnos.
El asunto es que, durante todos estos meses, se han inventado todo tipo de historias, y por supuesto imágenes falsas de una gigantesca nave espacial vestida de cometa, con luces que cambian. Pero lo sabemos: todo es falso, más el supuesto investigador de Harvard, así como la doctora “Cout”, que daba hasta medicinas a quienes iban a recibir consulta psiquiatra de la falsa médica.
De tal modo que no, los extraterrestres no llegarán en el cometa multicitado, ni nos harán entender que alguna mente de quién sabe qué lugar, un día decidió crearnos, ponernos cableado biológico en lugar del de alambres y foquitos, y luego irse porque estaba aburrido.
Octubre, sin embargo, es un mes que, previo a las festividades de fin de año, siempre se asocia con la llegada de estrellas que alumbran el paso de los Reyes Magos o, como en este caso, de cometas errantes, y no tanto, que un día decidieron salir a conocer un vecindario nuevo, donde siempre los anuncian como naves de seres de avanzadísimas civilizaciones, tanto que de plano no son de estos lares, y por lo tanto pertenecen a los confines de lo humanamente visto.
Sugiero que, por la noche, si no se entume antes, observe con atención el cielo, en busca de un cometa al que le han puesto todos los uniformes posibles, desde luces con estilo discoteca ochentera, hasta el de naves interplanetarias con tintes oscuros, con un toque batmanesco.
Usted decida si es o no es.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta

