RETRATOS HABLADOS
Al terminar el mes de noviembre, espero, deberá llegar un espíritu no de bondad y alegría, pero si cuando menos de cierta tranquilidad en los ciudadanos, que cada vez se asombran menos de la violencia desatada en todas partes, pero si se espantan con más intensidad. Se lo he dicho infinidad de veces: hay una ira poco contenida en buena parte de la población, que unas veces decide no prender la tele por las mañanas, para por lo menos mirar la mañana sin la letanía cotidiana de asesinados, unos allá por Sinaloa, otros más cerca, otros aquí mismo. Hay tanta falta de respeto a la muerte, que un día de estos se va de tierras mexicanas, y a ver qué hacemos con miles y miles que debían partir, pero no podrán si la encargada oficial decide que ya estuvo suave.
Pero le hablaba de la ira, la rabia, que tiene como dignos representantes a buena parte de los que conducen automóviles particulares, unidades de transporte público y de carga. La violencia merodea por todos rumbos, y de plano hasta el más tranquilo de pronto ya se encuentra en pose de karateka para salir todo desmadrado a la hora buena.
Uno puede decir que siempre ha estado así, pero no es consuelo de ninguna forma.
Diciembre puede que a uno que otro le baje la violencia verbal que se carga, la guerra verbal de políticos y políticas, que tarde o temprano va a desembocar en trompadas, cachetadas y patines.
En serio, suena gracioso, pero no lo es.
No sabemos cómo salir de esta espiral de violencia que ya campeó en todos los lugares.
Aceptamos que, como particulares, nada podemos hacer contra el crimen organizado, como no sea sumarnos a la lista de desaparecidos, esfumados.
Pero todo este clima enrarecido, empieza a transformarnos, a sentir que vamos camino a la perdición y que no hay nada qué hacer.
Se llama impotencia ante la vida. Y eso es grave.
No, con buenos propósitos nada cambia. Pero los políticos, hombres y mujeres, mujeres y hombres, deben empezar por dejar por la paz sus espectáculos camerales, en que siempre se gritan que no están solos o solas, pero no entienden ni lo que dicen. Porque un senador delincuente no se siente solo, tal vez sí con sus millones como la película de Pedro Infante, y la fufurufa esa. Pero les vale.
No pueden seguir las cosas como están. Simplemente no pueden.
Intentemos esbozar la sonrisa que teníamos de niños cuando se acercaban las fiestas navideñas. Intentemos.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: Jeperalta@plazajuarez.mx
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