DE FICCIONES Y FIGURACIONES
«El hombre mete en el Universo la Nada que no había en el Universo.»
José Ortega y Gasset
Hay cosas tan normalizadas que nos cuesta valorar su existencia. Y no es porque carezcan de valor, simplemente se nos olvida que no siempre estuvieron ahí, que todo alguna vez fue una idea, un invento, una novedad.
La lista es larga y variada: la rueda, el lenguaje, el papel, los libros, las vacunas, la anestesia, la electricidad, el automóvil… En fin, en lo que guste usted pensar. El género humano tiene la fortuna de imaginar, de inventar. Creamos con la mente para después dar forma con la lengua o con las manos.
Es famosa aquella escena de 2001: Una odisea del espacio (1968) en la que un ancestro evolutivo golpea efusivamente el cráneo de un animal hasta hacerlo pedazos. En su instintiva excitación, el hombre primitivo arroja el arma recién descubierta al aire y, de pronto, ésta se transforma en una nave espacial. Stanley Kubrick trató de decirnos algo con esa rápida pero genial transición: que la mente humana –en su evolución– ha sido capaz de crear desde armas arcaicas hasta poner en órbita a hombrecitos con cascos y trajes blancos.
La creatividad es la capacidad de innovar, es decir, de inventar cosas nuevas. A lo largo de la historia, esta herramienta abstracta nos ha ayudado a ensamblar herramientas físicas para hacer esta vida más vivible. Los humanos innovamos por necesidad o por imitación: la rueda surgió del requerimiento práctico de transportar cargas; el avión, del sueño inspirado por el vuelo de las aves.
La mayoría de las civilizaciones antiguas compartían curiosidades, pero sobre todo, necesidades. Estructurar sus sociedades era una de ellas y, para ese objetivo, comenzamos a contar. El primer testimonio de la capacidad humana de representar la realidad numérica se encuentra en el hueso de Ishango (hace unos 18 mil años), una especie de calculadora prehistórica hecha de fragmentos óseos con muescas talladas que representaban números. Con el tiempo, los sistemas numéricos evolucionaron hasta enfrentar un concepto que nos sigue desconcertando: la ausencia de cantidad, aquello que no es.
Y es aquí donde llegamos a una de las invenciones conceptuales más extraordinarias: la idea de la Nada. Ese concepto que contradice al verbo ser, porque la nada no es, ni siquiera puede ser concebida como vacío. Es una creación mental que desafía nuestras certezas más básicas.
La filósofa María Zambrano se aproxima a este misterio cuando reflexiona sobre aquello que se encuentra en los límites del lenguaje y el pensamiento, eso que por su misma naturaleza está muy cerca de lo místico y sagrado.
De las principales tradiciones sobre la creación, una de las más influyentes en Occidente es la doctrina ex nihilo, que sostiene que el Universo fue creado a partir de la nada. Esta idea abarca el relato del Génesis cristiano y encuentra ecos curiosos en la cosmología moderna: tanto la doctrina religiosa como la teoría del Big Bang enfrentan la misma pregunta irresoluble sobre lo que precedió al origen. En ambos casos, la respuesta parece desvanecerse en el concepto de nada.
En la antigua Grecia, la ausencia y el vacío eran conceptos problemáticos. Los pitagóricos conocían la idea del vacío y algunos la mantenían como conocimiento reservado, pues temían que si se popularizaba la noción de que la nada pudiera ser real, la sociedad griega podría enloquecer ante la posibilidad de abismos infinitos en la realidad. Para ellos, el universo debía estar lleno, completo.
Siglos después, en otras tradiciones, como el taoísmo, se abraza una perspectiva diferente: el wu, el vacío fértil, se considera no sólo posible sino necesario para el equilibrio del cosmos. Aquí la ausencia se entiende como la base de la creatividad.
La nada no es un descubrimiento empírico, sino una invención puramente conceptual. Una creación intelectual tan poderosa que sigue reorganizando nuestro pensamiento matemático, filosófico y existencial. Los hindúes desarrollaron el cero matemático como representación de la ausencia numérica, un símbolo que llegó a Europa a través del mundo árabe y revolucionó las matemáticas occidentales. Pero mucho antes, diversas culturas ya habían comenzado a nombrar y conceptualizar diferentes formas de ausencia, vacío y negación.
La invención de la idea de Nada es paradójicamente uno de los productos más maravillosos de la creatividad humana. Un recordatorio de que nuestra mente puede concebir incluso aquello que contradice a la experiencia directa.
Y tal vez sea ese nuestro logro más valioso como especie: haber imaginado lo inconcebible, haber dado nombre y forma conceptual a aquello que –por definición– escapa tanto al nombre como a la forma. Haber creado un lugar en el pensamiento para lo que no tiene lugar en la realidad.