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Hidalgo
viernes, septiembre 26, 2025

La ética en tiempos de ruido…

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Pido la palabra

La vida, en su constante movimiento, nos sorprende con pruebas inesperadas; a veces, los desafíos surgen de los lugares menos pensados, y nos toman desprevenidos, sacudiendo nuestras emociones y poniendo a prueba nuestra fortaleza interior, sin embargo, en medio de la incertidumbre, hay una certeza que nos sostiene: debemos seguir adelante. No por terquedad, sino por convicción, porque cada paso que damos, incluso en medio de la tormenta, es una afirmación de nuestra dignidad.

Mucha gente, sin medir las consecuencias, hace del chisme su modo de conseguir sus objetivos, y no se pone a pensar en el daño que hace a aquel que está colocando en el ojo de huracán; años de construir un prestigio se van por la borda en la boca de los mercenarios de la mala fe.

La vida nos ha enseñado que no podemos dejar contento a todo el mundo, y por lo mismo, nuestro camino estará plagado de muchos amigos, pero también de gente que, sin ser considerados nuestros enemigos, sí lastiman sustancialmente nuestro crédito.

Desde el primer instante de nuestra existencia, la vida nos exige; el nacimiento mismo es una experiencia intensa: lloramos para respirar, y ese llanto es el primer acto de resistencia. A lo largo de los años, cada lágrima, cada caída, cada decepción, nos enseña que vivir implica sentir, y que sentir, aunque a veces duela, es lo que nos hace humanos.

Abrirnos camino en esta selva de asfalto no significa tener que pasar sobre un estado de nuestra conciencia, pues no olvidemos ese viejo adagio bíblico que dice que “con la vara que mides serás medido”, tan actual hoy en nuestros días, aunque inadvertido cuando de hacer daño se trata.

Parafraseando a Eduardo Couture, desde luego, Él refiriéndose a la abogacía y Yo a la vida, se me ocurre decir que “la vida es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras llenado tu alma de rencor llegaría un día en que la vida sería imposible para ti. Concluido el combate, olvida tan pronto tu victoria como tu derrota”. Esto significa que no podemos cargar con cada herida, con cada agravio, hay que aprender a soltar, a dejar ir, a perdonar, no por debilidad, sino por salud emocional.

El tiempo todo lo cura, pero también todo lo cobra, y no podemos andar por la vida cuidándonos de todo y de todos, sería amargo para nuestro ánimo y para el ánimo de los que nos rodean; y jamás valdrá la pena arruinar la armonía familiar por las presiones a las que diariamente nos vemos sometidos.

Al que obra mal, mal le va, pero si lo entendemos en sentido contrario, la vida nos regresará también todo lo bueno que hagamos; por ello, más que preocuparse por lo que la vida nos dará, debemos ocuparnos en lo que debemos entregarle a la vida, pues la buena cosecha es producto de la buena semilla que sembremos.

En algún momento, como muchos, me pregunté si valía la pena ser honesto; la respuesta no llegó en forma de premio, ni de reconocimiento, sino como una certeza silenciosa: la honestidad da valor, valor moral, valor emocional, valor para mirar a los ojos sin temor, para caminar sin esconderse, para dormir en paz. La honestidad no es una estrategia, es una forma de vida, es coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, es cumplir con nuestras responsabilidades, sin buscar atajos ni excusas, es respetar la verdad, incluso cuando nos incomoda.

La honestidad nos otorga identidad, y por ello la honestidad también nos debe enseñar a querernos a nosotros mismos y trabajar en ello todos los días; la honestidad no garantiza una vida fácil, pero sí una vida digna.

Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.

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