RETRATOS HABLADOS
Ahora dudamos de todo, y no es menester exigir que se crea esta aseveración, porque precisamente el signo fundamental de nuestros tiempos es la duda.
Hoy, que celebramos el 215 aniversario del inicio de la gesta de Independencia, caemos en la cuenta de no saber a ciencia cierta, el propósito del cura Hidalgo, si la “revolución de las conciencias” de ese entonces, a la que ahora se pregona, simplemente forman parte de una realidad alternativa que siempre se ha inventado.
Desde niños, al menos en mi muy antiguo pasado, tuvimos la certeza, de que la patria era, esencialmente, algo no tangible, el corazón, el alma, hasta la bandera con la que un Niño Héroe se lanzó a la muerte en el Castillo de Chapultepec, símbolos, que de alguna manera nos daban confianza de algo, que por supuesto, y a estas alturas de la existencia, ya no tendremos tiempo de saber qué demonios era.
De Hidalgo, en la primaria con su pintura de un hombre que rompía las cadenas de la esclavitud, empezamos a creer, y creímos de manera absoluta para el sexto año, que debió haber sido un hombre muy fuerte, capaz de hacer pedazos semejantes cadenotas.
Está claro que era un símbolo que siempre lo pintaran así, y después descubrimos que, con bastante regularidad, se crean mitos falsos, inventados a fuerza de repetir, y en estos tiempos publicar sin el menor rubor, mentiras en la dichosa supercarretera de la información.
Las grandes luchas sociales casi siempre se han escenificado en la irrealidad, y gana quien logra sembrar sus ideas en las mentes del ciudadano, siempre ansioso de creer en algo, porque la realidad es tan cruel, que sin esa creencia es imposible vivirla. Es posible inventar una historia única, plagada de sacrificios personales en bien de la comunidad, de capítulos únicos en revoluciones de las que solo tuvimos conocimiento por lo que leímos en periódicos. Y nada para arribar a ese lugar predestinado a los que trascendieron a la historia, como hacer de la existencia algo tan elaborado, pero ficticio, que acabamos por creer nosotros mismos.
A mí me dan risa especialmente, los que saben mentir sin el menor rubor, sin preocupación de ningún tipo, para presentarse en cualquier terreno, como “los primeros”, “los que revolucionaron”, “los que sacrificaron vida y riquezas”, “los que, a diferencia de los otros, ofrendaron su existencia”.
En realidad, así lo supongo, el objetivo fundamental de toda existencia, es encontrar el sentido a la misma, porque sin ese elemento, no hay camino alguno que se pueda caminar sin la nostalgia, sin la amarga seguridad de que debemos insistir en su encuentro.
Sin embargo, en honor a toda esa infancia y parte de la adolescencia en que la noche del 15 de septiembre junto a mi papá veía la ceremonia del Grito en la televisión, después en la Plaza Juárez de Pachuca con los fuegos artificiales, casi al final de su vida en una reunión para comer guisados típicos con aguas frescas. En honor a la memoria de un papá que por sobre todas las gestas heroicas recordaba la de la Revolución, y a Pancho Villa y sus Dorados; de quien soñó con ingresar al Colegio Militar, estoy seguro que la realidad que él vivió, la memoria cierta de un hombre de campo y trabajador incansable, es lo que siempre ha de salvar esa realidad única, vigorosa, recia, que siempre le hizo pensar en que Villa, cuando se sentó en la Silla Presidencial, pero luego se levantó avergonzado, “porque era para políticos que sí sabían”, “mejor se hubiera quedado, y no los cabrones que después de matar a Madero, llegaron”.
Mil gracias, hasta mañana.
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