RELATOS DE VIDA
Emprendió el viaje cerca del mediodía, unas horas antes, había preparado la comida, y la acomodó perfectamente en una canasta de mimbre, en donde también integró una botella de vino, dos copas y un mantel.
Pese a que el destino no estaba alejado, quería llegar con tiempo para ubicar cuidadosamente cada uno de los elementos del picnic, y poder disfrutar tranquilamente del ocaso del sol en el horizonte.
Una vez en el sitio y ya con todo sobre el mantel, abrió la botella de vino, sirvió en ambas copas, abrió el recipiente con separador que contenía pequeños trozos de queso y jamón, además de aceitunas, y les insertó unos palillos para poder comerlos, y luego se sentó en el pasto vestido con el pedazo de tela.
La magia del atardecer comenzaba, chocó delicadamente su copa contra la otra, la levantó en señal de brindis hacia el sol, y dio un sorbo, para después observar la maravilla natural que anunciaba el finalizar de un día.
Mientras comía lentamente, recordaba la última vez que visitó el lugar, ese día en que su madre lo llevó para compartirle su espacio seguro y su momento perfecto del día, y también anunciarle que su ocaso estaba próximo a llegar.
Al revivir esos instantes, lograba verla a un costado de él, observando el cambio de escenario, el paso de la luz a la oscuridad, y escuchaba sus últimos consejos sobre vivir con plenitud, valores y principalmente mucho amor; y después el recuerdo simplemente se esfumó.
Había pasado un año de ese encuentro, su madre meses después falleció, y él se rehusaba a visitarlo porque el dolor seguía latente, pero un impulso de último momento lo llevó a reencontrarse con ella, y honrar su memoria, disfrutando del espacio y sus gustos, para agradecer por haberle dado la vida en un día tan significativo, como el Día de las Madres.