TIEMPO ESENCIAL
La filosofía no surge por herencia biológica, aunque por lo demás, no le hace mal un poco de inteligencia, la que ninguna institución puede prestar. La filosofía no se escoge, sale a nuestro encuentro inesperadamente y es ella quien elige a los suyos.
Miguel Hidalgo y Costilla, el padre de la patria mexicana, tuvo la suerte de nacer en un lugar y un tiempo en los que, de manera silenciosa, se gestaban grandes cambios filosóficos, políticos y sociales en el mundo entero.
Como estudiante del Colegio de Francisco Javier en Valladolid (hoy Morelia), dirigido por jesuitas -entonces una orden de avanzada aunque odiada por sus intrigas-, el joven Hidalgo contó entre sus maestros, teólogos y filósofos que influyeron en la vocación de sus inquietos alumnos, sacudiendo la modorra de la educación colonial.
Poco le duró el gusto, pues al poco tiempo de ingresar en dicho Colegio, fue testigo de la expulsión de los integrantes de la Compañía de Jesús en 1767, ordenada por el monarca español, y ejecutada en todos los rincones de su dilatado Imperio. Este acontecimiento provocó un retraso en la educación de Hidalgo y sus compañeros de estudio, por lo que al año siguiente hubo de matricularse en el no menos célebre Colegio de San Nicolás, donde aprendió los idiomas Latín y Tarasco, así como buenos elementos de filosofía.
Antes de ordenarse como clérigo, Hidalgo fue maestro de la cátedra de filosofía, oportunidad que lo puso en contacto con obras filosóficas y políticas prohibidas provenientes de Europa.
Años más tarde, impulsó una reforma a la enseñanza de dicha materia, pues en su opinión había que integrar en un solo conocimiento la filosofía escolástica con la positiva, reuniendo “todas las verdades de la religión… con la enseñanza de la historia, la cronología, la geografía y la crítica”. La demostración de los buenos resultados de su tesis, le proporcionó un inmediato reconocimiento académico; pero al correr el tiempo, los cambios que propuso enfrentaron fuertes resistencias de las autoridades académicas y eclesiásticas, reacias a prescindir de la enseñanza escolástica a pesar de su atraso pedagógico en materia científica.
En pocos años, el talento de don Miguel lo llevó al rectorado del Colegio, donde impulsó grandes cambios en la administración y la enseñanza, con tanto éxito, que incrementó los celos de algunos académicos, así como frecuentes desencuentros con las autoridades civiles y eclesiásticas.
En realidad, sus reformas pedagógicas no eran el fondo de la cuestión, sino el talante rebelde del propio Hidalgo ante la mediocridad y las injusticias, que día a día se incrementaban y aumentaban su sed de conocimiento. Se le acusaba de leer obras prohibidas, discutir con académicos de mayor jerarquía que él, interpretar la Biblia como un libro de sabiduría y no de ciencia; gustarle la fiesta y las mujeres, placeres que compartía con la mayoría de los clérigos de su tiempo y los nuestros.
Finalmente, las intrigas lograron separarlo del claustro académico donde habían transcurrido los mejores años de su juventud, alejándolo de Valladolid. Las autoridades eclesiásticas dispusieron su partida a la entonces lejana Colima, como remedio para aplacar sus inquietudes, y las molestias que causaban sus opiniones en el gremio académico y en algunos sacerdotes.
Y como no hay auténtico filósofo que no cause problemas, sus opiniones y exhortos públicos sobre las condiciones e injusticias padecidas por sus parroquianos, volvieron a ponerlo en la mira de las autoridades que, en no pocas ocasiones, lo llevaron ante los tribunales eclesiásticos y civiles, con acusaciones que su sagacidad e inteligencia pudo resolver favorablemente.
Reconocido como patriota, agitador de conciencias y revolucionario, lo ha sido también, pero en menor grado, como pensador, académico y renovador de la enseñanza de la filosofía; como si esa palabra pudiera macularse al contacto con los problemas mundanos que atrapan la atención de hombres y mujeres de acción, reservándola para quienes la ejercen en la soledad de su cubículo o la compañía de pacíficos y razonables pares.
Pero no siempre fue así. Desde la antigüedad, hubo filósofos que combinaron la meditación con la acción, comprometiéndose con causas nobles y a veces, equivocadas, pues tampoco son dioses que estén libres de caer en errores e inconsecuencias entre el hacer y el pensar.
En la modernidad, corrientes como el materialismo dialéctico, el existencialismo y la filosofía de la liberación, tomaron la praxis social como el núcleo central de su filosofía.
El Hidalgo maestro, pensador, crítico social y estudioso de la filosofía, la historia, la ciencia y las artes, es tan importante como lo fue el hombre de acción y rebelde radical que se levantó en armas contra el poder colonial. Una faceta no se explica sin la otra, ambas son inseparables de la grandeza única del Padre de la Patria.
Hidalgo no conoció esas teorías filosóficas, pero las antecedió y continuó la noble tradición del ejercicio filosófico crítico de Sócrates, Pedro Abelardo, Giordano Bruno o Francisco de Vitoria, quien defendiera ante el Rey de España la humanidad de los indígenas negando el derecho de conquista para esclavizarlos, con el enojo de los doctos y encomenderos que intentaban impedirlo.
Ya en plena rebelion contra el sistema colonial que oprimía la Nueva España, Hidalgo se apresuró a llevar las ideas del propio Vitoria, las Casas y Vasco de Quiroga hasta sus últimas consecuencias, y en menos de seis meses de rebelión, seguido por miles de indígenas y mestizos desheredados, avanzó por el Bajío, tomó Guanajuato, decidió no asaltar la Ciudad de México, y decretó en Guadalajara la abolición de la esclavitud, así como la dotación de tierras a los pueblos indígenas, rompiendo así con las bases materiales y sociales del orden colonial.
Desafortunadamente, esas generosas medidas provocaron que la causa independiente enfrentara no solo a los españoles, sino a los criollos privilegiados y la Iglesia Católica, principal propietaria inmobiliaria de la Nueva España, prolongando la guerra más allá de lo esperado.
Finalmente, sus decisiones revolucionarias lo condujeron a perder el apoyo de los militares criollos que le acompañaban (quienes buscaban cambios de gobierno, pero no de sistema económico), siendo destituido como caudillo del movimiento y puesto bajo control, hasta su aprehensión por los realistas en la lejana Chihuahua, cuando los jefes de la rebelión se dirigían a solicitar apoyo a los Estados Unidos.
En el juicio que le siguió la autoridad colonial, Hidalgo utilizó con vehemencia argumentos históricos, religiosos y filosóficos para defender su causa. Más tarde, frente al pelotón de fusilamiento, se despidió de esta vida como solo un gran espíritu es capaz de hacerlo. Sus últimos momentos los vivió socráticamente: sereno y reflexivo, enfrentó valientemente su trágico final. Así vivió y murió el gran libertador, humanista y filósofo Miguel Hidalgo y Costilla.
El Hidalgo maestro, pensador, crítico social y estudioso de la filosofía, la historia, la ciencia y las artes, es tan importante como lo fue el hombre de acción y rebelde radical que se levantó en armas contra el poder colonial. Una faceta no se explica sin la otra, ambas son inseparables de la grandeza única del Padre de la Patria.
El estado de Hidalgo, tiene pues, en el nombre que ostenta, un vínculo con el pensamiento filosófico de don Miguel como una inesperada herencia y un valioso ejemplo de identidad histórica con los principios humanistas que lo guiaron desde su juventud hasta su muerte, que los hidalguenses debemos conocer y valorar como eje central en la educación de las jóvenes generaciones, apartadas desde hace decenios de la grandeza de nuestro pasado, con el propósito deliberado de borrarla de la memoria colectiva.
Pero vivimos en tiempo de transformación y humanismo, y la vida y la palabra de Miguel Hidalgo vuelven a ser sorprendentemente actuales, refrescantes, ejemplares. No las hagamos a un lado.
