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lunes, junio 2, 2025

Hay que mirar el cielo

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DE FICCIONES Y FIGURACIONES


«No había todavía un hombre, ni
un animal, pájaros, peces, cangrejos,
árboles, piedras, cuevas, barrancas,
hierbas ni bosques; sólo había cielo».
Popol Vuh

A los mexicanos nos cuesta tomar decisiones. Somos naturalmente indecisos porque nuestro pasado nos ha hecho entender que alguien más debe decidir por nosotros. Para empezar, los colonizadores; para seguirle, los dictadores; por si no fue mucho, el partido hegemónico; para no variar, esos gobiernos impostores que prostituyen la democracia y hacen creer que podemos decidir en las urnas.

Un factor decisivo para tomar buenas decisiones es detenernos un momento a reflexionar sobre el problema a resolver, pues la calidad de la solución generalmente depende del tiempo que se invierte en tomar la decisión. «Lo voy a pensar», se dice cuando no se está del todo seguro. «Lo trataré con la almohada», se afirma cuando hay que tomarse preferiblemente ocho horas nocturnas para reflexionar. «Ya, chinguesumadre», decimos en México porque la paciencia se nos hace arena y tenemos que decidir rápido. Aquí, en el ombligo de la luna, muchas cosas están hechas al chingadazo, sin tiempo, sin pensarlo mucho.

Los mexicanos somos seres surrealistas que vivimos en lugares surrealistas que nosotros mismos construimos sin la necesidad de planos –a puro sueño limpio. Como decía Luis Barragán, México es el país donde nos gusta inventar colores (rosa mexicano, azul maya, rojo achiote). De la misma forma, aquí inventamos nuestro propio tiempo, uno un poco más colorido que el de los ingleses, ése que es del color del cielo de Londres.

Creamos el ahorita, un momento tan pequeño –tan diminuto– que cabe en cualquier rincón de cualquier contexto. El ahorita es un descubrimiento reciente que no se agarra con las manos y no se ve con los ojos; se toma con pinzas y se analiza en el microscopio. No es El Ahora (que denota un presente continuo, inmediato) ni su diminutivo (aunque lo parece). Tampoco cabe en el reloj ni el calendario. Sospecho que se trata más bien de otro espacio-tiempo. Es un trozo cuántico de una dimensión perdida que nos permite sostener la velocidad con la que se nos va la vida en un país donde celebramos la muerte.

¿Me ayudas a hacer esto o aquello? ¡Claro, por supuesto! Ahí va la pedrada: Ahorita te ayudo. «¿Cuándo chingados es ahorita?», se preguntan seriamente los filósofos. Porque puede ser en breve o dentro de dos días o dos semanas. Ahorita es cuando usted quiera, cuando mejor le acomode, cuando se le antoje. Siempre y cuando no pase de un mes, por supuesto.

Carlos Fuentes analizó un tiempo mexicano curtido por la etapa precolombina, por la Coatlicue, el mensajero de Moctezuma y los dominicos catequistas. En México se fundó el tiempo mucho antes de que Cortés y sus amigos llegaran a recortar las horas con espadas de Toledo.

No obstante, es importante aclarar que México no fue México sino hasta que a alguien se le ocurrió nombrar un nuevo Estado-nación como Estados Unidos Mexicanos. Lo que había antes de eso era un crisol de culturas, un revoltijo de peleas y guerras floridas, de imperios del maíz, de tierras en venta, de tradiciones inventadas e imposiciones que dieron rostro a un país de bonitos colores, pero que no fueron el país que hoy habitamos. Somos una Nación hecha de muchas naciones. Y saco esta cursilería a colación porque el Tiempo Mexicano de Fuentes no es propiamente mexicano.

El tiempo que hubo antes de México se llama Historia. Y en esa Historia principalmente hubo dos pueblos, dos civilizaciones mesoamericanas, una más alejada de la otra en la línea temporal: los mayas y los mexicas.

Aunque su forma de entender el tiempo era distinta, ambas culturas compartieron un mismo objeto de medición: el cielo. La forma del tiempo es humana desde que nuestra especie lo entendió; el fondo del tiempo siempre ha sido cósmico. Esto debido a que la duración de la existencia depende del aspecto que tiene el cielo: día o noche; sol o luna; solsticio o equinoccio; primavera, verano, otoño o invierno; constelación de Orión u Osa Mayor; estrella de Sirio o de Arturo. La consistencia de la vida terrestre parte del tipo de luz que nos cae de allá arriba.

Los mayas eran extraordinarios observadores de estas lumbres celestes. Únicamente viendo podían anticipar eclipses, estimar el ritmo de los cometas, calcular los 243 años que dura el ciclo de tránsitos de Venus y asustarnos con apocalipsis que nunca terminan de llegar (en 2012 nos dejaron plantados).

Los astrónomos mexicas miraban hacia arriba con fines calendáricos. Veían e imaginaban. Llamaron a los astros conforme a su relación con la naturaleza: el sol era un águila brillante; la luna, un conejo envasijado; la noche, un jaguar estrellado, y la Vía Láctea, una serpiente de dos cabezas. El producto de esas contemplaciones –el calendario– funcionaba también como un oráculo. Además de contar los 360 días de uno de sus años, era capaz de dictar el porvenir.

Más preciso que el de los mayas, el cielo de los aztecas previó un cataclismo: que Cuauhtémoc, águila que cae, sería el último de los gobernantes de aquel vasto imperio. El ave mexica cayó el 28 de febrero de 1525 desde lo alto de un árbol de ceiba. Por órdenes de Cortés, tenía una soga al cuello. Su caída hizo un estruendo tan fuerte como el que produce el peso de cinco soles al derrumbarse. Y lo que vino después es otra Historia. Ahorita la platico.

La próxima vez que los mexicanos tengamos que tomar decisiones importantes, detengamos el tiempo por un instante: hay que mirar el cielo.

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