Un adulto responsable
“Finge lo suficiente hasta lograrlo”
Viejo adagio popular
Soy el mayor de cuatro hermanos y mis papás trabajaban. Entonces, desde que entré a la secundaria, debí arreglármelas prácticamente solo. Nadie me despertaba ni checaba mis horarios. Ahora que escribo esto, me doy cuenta que fácilmente me pude volver un absentista, un rebelde o un problemático, pero no.
Eso sí, rara vez llegué sin prisa a la escuela, pero siempre había un alma piadosa que se detenía a darme un raite o yo mismo recorría el poco más de un kilómetro que me separa de la Telesecundaria Número 697. Mis padres me hicieron responsable de mi destino muy pronto.
Casi nunca me acompañaron a algún trámite de la escuela y en la universidad solo fueron el primer día y en mi pase de lista final. En parte porque estaban ocupados y en parte porque confiaron en que sí estaba estudiando (tal vez no debieron hacerlo tanto, pero acá estamos ya, ejerciendo una carrera). Además, mi madre siempre ha tenido un don, y sabe (quién sabe cómo) cuando nos estamos desviando del camino.
Total que desde hace poco más de 15 años que me he hecho cargo de los trámites de esta vida adulta. Y desde hace siete que lo hago con mi propio dinero. Afortunadamente solo pagué por un extraordinario en toda mi carrera y no me cobraron la millonada por el título (como veo que ocurre en las escuelas privadas). Además, no he tenido accidentes graves ni me cobran por ver (los lentes están bien caros).
Con el tiempo nació en mí una especie de orgullo, gracias al cual me incomodaba que mi familia o mis amigos gastaran demasiado en mí, que me llegaran a prestar dinero o que me solucionaran la vida. En una época este sentimiento fue muy malo, porque me volví demasiado soberbio y pedante, pero con el tiempo acepté que el que los demás estén dispuestos a echarme una mano, no me quita nada y me puede ayudar mucho.
Fuera de esos años de desliz, en los que me llegué a creer mucha pieza para la cubeta de Kentucky, todos los demás aprendizajes fueron muy buenos: me comuniqué mejor con la gente, sé dónde están los mejores descuentos en las tiendas y me forjé en el arte de la amabilidad y la cortesía, pues muchas veces se habla de lo malhumorados que son algunos burócratas, pero pocas nos reconocemos como ciudadanos difíciles de atender.
Gracias a que me aventaron temprano del nido, he entrado de lleno en este mundo adulto, pero la verdad, pocas veces sé lo que estoy haciendo, tuve que avanzar dando tumbos y con una que otra lágrima de frustración.
Pero ahí voy, con pasitos pequeños y a veces como los cangrejos, pero no dejo de avanzar, pues si algo tengo que reconocerle al tipo de educación que me dieron, es el gran consejo de: “que nunca se te cierre el mundo, siempre encuentra una solución”.
Eso sí, nunca me rendí. Fui por la copia que me faltaba, por el dinero que se me olvidó, me moví de lugar porque siempre ahí no era (yo leí mal) o con toda la pena del mundo cambié un producto por otro porque aunque se parecían en nombre o en forma, no eran lo mismo (tomate y jitomate o cilantro y perejil).
Quedan un montón de retos y más trámites por resolver en esta vida adulta, y aunque no me siento preparado, los voy a afrontar de la mejor manera, más con callo que con conocimiento, pero lo haré.
Nota: Todavía queda tiempo para donar algo para los que se quedaron sin hogar por las inclemencias del tiempo. Que sirva este recordatorio para que tú que me lees, puedas hacerlo. No hay ayuda pequeña.

