TIEMPO ESENCIAL VIII
Después de siete entregas de Tiempo Esencial, hemos de reafirmar lo dicho desde la primera: que en Hidalgo la filosofía es un terreno mostrenco sólo visitado para recoger sus frutos ya procesados, sin preocuparnos por roturar su suelo ni sembrar nuestra propia semilla.
Han sido ya siete semanas de reeditar esta columna en las que las universidades y otras instituciones educativas de nuestro estado pudieron explicar la ausencia de estudios filosóficos en su oferta educativa; la primera entre ellas, la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, obligada en virtud del mandato troquelado en su decreto de creación, que establece como una de sus escuelas fundantes la de “Filosofía y Letras”, que hasta la fecha espera ser cumplido; pero también lo están las universidades de inspiración religiosa o humanística y las de perfil empresarial asentadas en nuestro territorio, que se promueven presumiendo la excelencia de sus estudios, aunque carezcan de la carrera de filosofía que, en cambio, sí imparten en otras entidades del País.
De igual manera hemos contado con tiempo suficiente para que los filósofos profesionales que en Hidalgo habiten nos enmendaran la plana haciéndonos ver que su tarea actúa y dinamiza el pensamiento nativo de manera sistemática y continua; que publican revistas, organizan encuentros, debaten públicamente y dialogan en comunidades filosóficas entusiastas.
Ha corrido mucha agua bajo los puentes del caudaloso Río de las Avenidas que cruza la capital del Estado, sin que el evangélico mensaje de esta columna invitándolos a encender la llama filosófica en Hidalgo les anime arrimarse al fogón. ¿Será que la voz de Tiempo Esencial no está llegando a ellos como debiera?
Alguien debe darnos una respuesta, porque si es cuestión de utilizar otros medios y estrategias, estaríamos dispuestos a ello; sólo que para tal decisión hace falta escuchar su palabra, valorando hasta la posibilidad de que ésta columna deje su lugar para que otras voces, con mayor capacidad y reconocimiento, logren que la filosofía se haga presente en la casa común hidalguense.
No es por desesperación o ingenuidad que expresamos lo anterior. Sabemos y sabíamos los obstáculos que había de enfrentar nuestra empresa. Y es por ello que, a nuestro criterio, éste es el momento oportuno para poner las cartas sobre la mesa ¿no cree usted? Además, seguimos pensando que ésta es una tarea colectiva, donde tanto Tiempo Esencial como el Diario Plaza Juárez – quien le ha brindado todo el apoyo necesario para lograr su objetivo –, solo pueden cumplir con su parte si nuestros lectores se suman a ella, aportando la suya al gran propósito que nos mueve.
Reiteramos igualmente nuestra decisión de promover el ejercicio de la filosofía a través de Tiempo Esencial, como el instrumento que mejor se acomoda a nuestro propósito y circunstancia; exponiéndonos a la crítica de quienes piensen al ejercicio filosófico como una actividad reservada a pocos y sesudos especialistas en la quietud del claustro, y no a las profanas páginas del periodismo impreso.
Nosotros no pensamos así, porque asumimos que nuestro llamado es pertinente y capaz de animar a quienes han sentido el anhelo de contar con un espacio y una compañía para ejercer la filosofía en Hidalgo, sin hallarlo a encontrarse con nosotros para lograr juntos esa meta.
Sin embargo, el deseo no es suficiente; este objetivo exige contar, a la par, con la voluntad necesaria para alcanzarlo por nuestra propia iniciativa, dada la indiferencia de las instituciones para buscarlo. Acostumbrados como estamos a que los proyectos educativos sean emprendidos o promovidos por alguna autoridad o institución pública o privada, nos resulta difícil pensar que alguien pueda iniciar una empresa como la que aquí se propone, sin el permiso y patrocinio de aquellas.
Pero nuestro propósito es distinto: Tiempo Esencial es un proyecto emprendido por iniciativa propia, aunque con la intención de llegar a ser un espacio común de promoción y divulgación filosófica con el apoyo de sus lectores y que sea, además, una iniciativa social que convenza de abrir a las autoridades de la academia sus espacios a la reflexión filosófica sistemática; aunque no por eso dejemos de avanzar en ella por cuenta propia.
Así que, en tanto no obtengamos su participación, seguiremos bregando en esta tarea que nos hemos impuesto, con la misma enjundia que lo hicimos desde el primer número de esta columna, sin perder la esperanza en nuestra misión.
¿Que no hay tiempo para la filosofía? Decir eso es como afirmar que no hay tiempo para vivir, para amar, pensar o soñar. Aunque tal vez ya no lo haya… ¡esa puede ser la explicación de su silencio! Los de hoy estamos tan ocupados en tantas cosas que nos olvidamos de las que son, al final de cuentas, las cosas nuestras; para las cuales hemos dejado de tener tiempo, esperando contar con el necesario algún otro día a fin de ocuparnos en ellas.
Como le sucedió a Iván Illich, ¿recuerdan?; el librito que les recomendé la entrega pasada, ¿lo leyeron? Sólo hasta el último momento de su vida, Illich fue capaz de preguntarse qué hizo con ella, y sólo fue entonces que, en medio de la desesperanza y la soledad, cayó en la cuenta de haber sido la suya un gran error, un gran engaño:
“Se estremecía, se agitaba, quería oponerse a ello, mas de antemano sabía su impotencia. Y contemplaba lo que ante sí tenía, miraba el respaldo del diván, esperaba aquella terrible caída, el choque, la destrucción.
“¡Imposible oponerse a ello! –se decía–. Pero comprender por qué, al menos… También esto es imposible. Podría explicarse si se pudiera decir que yo no la viví como debía. Mas esto es por completo inadmisible” –repetía, recordando la regularidad y mesura de su vida–. “Esto es completamente inadmisible” –volvía a repetir, sonriendo extrañamente y cual si alguien pudiera ver su sonrisa y ser por él engañado–. “¡No hay explicación!… El suplicio, la muerte… ¿Para qué?”.
Nosotros mismos somos Iván Ilich, arrastrados por las circunstancias, las opiniones o los intereses ajenos que terminan por determinar nuestras existencias, sin permitirnos escuchar la voz de nuestra consciencia; tan adormecida y enajenada que, en el extremo de la vida –es decir, frente a la muerte–, hemos de reconocer lo absurdo que ha sido su paso por ella, por más honores, riquezas o poder que hayamos poseído, si en cada paso fuimos dejando trozos de nuestra libertad, voluntad y deseos.
No dejemos correr hasta entonces ese tiempo nuestro sin recuperarlo, hagamos el esfuerzo para no dejarnos vencer por la corriente implacable de los acontecimientos que nos impiden poseerlo y tender los puentes necesarios para encontrarnos con quienes, como nosotros, buscan rescatar su Tiempo Esencial mediante un ejercicio de voluntad y la formación de un hábito virtuoso que permita atender nuestra propia voz interior, la que pugna por hacerse escuchar aun cuando pongamos oídos sordos a su llamado.
Y es por eso y más que les demandamos una respuesta a nuestro llamado. Qué dicen, ¿se animan, o esperan como Iván Illich a que sea demasiado tarde?