PIDO LA PALABRA
A Dios rogando pero con el mazo dando, se acabaron las vacaciones, las sábanas están ricas pero no dan para comer; llegó la hora de reiniciar la batalla con las pilas bien recargadas, atrás debieron haber quedado los cansancios, los ratos amargos de las metas no logradas y hoy comenzamos con nuestros mejores propósitos de reconciliarnos con la vida y con nosotros mismos; “echarle ganas” dicen muchos; “haz lo que tengas que hacer”, dicen otros; el caso es que con este nuevo año ya no caben los brazos cruzados, la crisis día con día nos está recordando que el que no trabaja, no come.
El Gobierno ha anunciado algunas medidas para hacer menos severos los efectos de la crisis económica que amenaza con tragarse todo lo que se encuentre a su paso, pero al margen de lo que hagan las autoridades de todos los órdenes de gobierno, también es necesario que cada uno de nosotros pongamos nuestro granito de arena, construir en vez de destruir, caminar hacia delante en vez de retroceder, dialogar en vez de gritar, respetar la ley en lugar de pretender la ingobernabilidad; pues el caos solo es redituable para grupos facciosos sedientos de poder.
Hace poco alguien me decía que los mexicanos no sabemos trabajar en equipo, que cada cual “tiende a jalar para su lado” aún a costa de perjudicar a los demás; verdades a medias son siempre mentiras completas, pues el buscar el bienestar personal no necesariamente conlleva el perjuicio para otros, es una reacción humana, no privativa de los mexicanos; pues sin lugar a dudas todos buscamos un estado de satisfacción personal que no sería completa si sabemos que en ese proceso hemos herido a otras personas, claro, habrá las excepciones que confirman la regla.
Pero en general, los mexicanos hemos dado muestra de nuestra solidaridad, día a día los mexicanos damos miles de muestras que nos llevan a afirmar categóricamente la falacia de la ausencia de un verdadero espíritu de trabajo en equipo; quien afirme lo contrario le ofrezco como prueba el testimonio de las calles y plazuelas de los barrios que conforman nuestros municipios para que vean la forma callada en que cada uno de los ciudadanos nos apoyamos no solo en la desgracia, pequeños detalles de un país grande como el nuestro.
Nada podemos hacer para cambiar el pasado, pero sí tenemos en nuestras manos la envidiable oportunidad de mejorar el futuro, siempre y cuando aprovechemos hasta el último minuto de nuestro presente; la vida, día con día nos presenta nuevos retos, pero también renovados bríos y mejores estímulos para seguir adelante, absolutamente nadie se escapa de esa premisa de avance personal; un nuevo conocimiento, por simple que nos parezca, nos ubica en un escalón superior en nuestro desarrollo, pues éste, conjugado con otros conocimientos que a lo largo de nuestra vida hemos adquirido, nos permite aquilatar lo bueno y lo malo de nuestras acciones, experiencia en su máxima expresión.
Ha comenzado un año más, y si lo vemos fríamente, solo se trataría de un espacio que convencionalmente hemos determinado para medir el tiempo; sin embargo, esa vuelta en nuestra página anual lleva consigo un sentimiento más profundo que lo hace ser algo más que solo una renovación del calendario, pues de otra forma no nos explicaríamos por qué cada año hacemos un recuento de los daños y atiborramos nuestras agendas con nuevos propósitos, luego entonces, lo que en verdad deseamos es darle una vuelta pero a nuestra página de la vida.
Se dice que solo el que carga la caja sabe lo que pesa el muerto; en la mayoría de los casos así es, por ello, cuando analizamos y calificamos como buenos o malos nuestros actos, lo que estamos haciendo es aligerar el peso de dicha carga y buscar que las nuevas cajas pesen menos; esa proyección de las cosas nos es otorgada por esos nuevos y simples conocimientos que cada día vamos obteniendo; la grandeza de lo sencillo, la grandeza de lo simple es lo que al final nos hará levantar la cara y seguir adelante.
Por eso reitero que la verdad empieza y termina con nuestras personales intenciones; en nuestras manos está ser solo espectadores, o convertirnos en los actores principales de nuestra propia historia y entonces, solo entonces, al final del camino, el que carga la caja sabrá lo que pesa su propio muerto.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.