DE FICCIONES Y FIGURACIONES
Existe la filosofía de peluquería. Más que cortarme el pelo y la barba, Poncho se avienta cuarenta y cinco minutos de cátedra filosófica. Dicen que es esencial llevarse bien con el barbero, pues nadie tiene el privilegio de tener una navaja tan cerca de nuestro cuello. Con Poncho he construido una relación de confianza que rebasa todo miedo a ser degollado.
Poncho corta también mis palabras. De este modo, él habla y yo lo escucho. A veces me distraigo y creo que estoy oyendo a un doctorante en Filosofía del Relajo. Como en todas las estéticas, están ahí el TV Notas y la Muy Interesante tentando al cliente a echarles un ojo. Confieso que en ese lugar jamás he sentido la necesidad de leer virutas mientras me estilizan la cabeza, pues la voz de Poncho basta para algo más que entretenerse.
Emulando a Sócrates y Platón de la máquina de rasurar, el peluquero me hace preguntas que yo suelo responder con monosílabos. La tensión que generan unas tijeras puede comprenderse como un incentivo de la narración. Scheherazade narraba historias para evitar que el rey le rebanara el pescuezo. Inversamente, yo tengo que callar y evitar el movimiento para no ser herido con arma blanca. Pienso lo suficiente en las respuestas que me callo como para llegar a mi casa a escribir un texto sobre política, amor, Los Simpson, George Soros, conspiraciones internacionales o el tema que se haya tocado en la sesión.
El hombre manos de tijera de Tim Burton era experto en topiaria, es decir, en el arte cultivado en la jardinería que consiste en dar forma determinada a las plantas mediante la poda con tijeras. En el caso de Poncho, su arte consiste en darle forma a mi peinado. Aprovechando, también le da estructura a mis ideas y me narra historias como quien lee la suerte en la nuca.
Los mejores cuentos dependen menos de la realidad y más de la imaginación. La voz de un estilista puede ser el inicio de buenas historias. Para escribir relatos, la hoja en blanco me exige escuchar con atención lo que dicen los otros. Las anécdotas que puede contar Poncho son tan peculiares que a veces tengo que pedirle su autorización para obtener los derechos de autor.
Una tarde, Poncho me despuntaba las ideas. El tema central eran los masones y su infinita facultad de conocer los secretos de un mundo construido bajo la mirada geométrica del esoterismo. Hermes Trismegisto se hubiera sentido orgulloso de nuestra conversación.
Un hombre entra a la estética con cara de quien sabe la verdad. Sus pasos son rápidos y su mirada es la de quien observa un mundo que considera –sin duda alguna– una mentira contada mil veces.
—Buenas tardes— lo recibe Poncho sin quitar los ojos de mi cabeza. —En un momento lo atiendo.
—¡Usted es brujo! — grita el viejo señalando al peluquero.
En mi silencio ahora hay una incomodidad. La tensión que produce un grito se intensifica cuando su significación hace referencia a un insulto. Más allá de las fronteras del mercado de Sonora, ser brujo no es un oficio que se presuma curricularmente.
—¿Cómo? Perdón, pero yo a usted no lo conoz…
—Usted sabe muchas cosas— lo interrumpe el loco. —Estamos atrapados en este mundo. No tenemos salida. Sólo usted sabe cómo huir de este eterno laberinto —dice como recitando un texto de Borges y, embebido en su premonición, sale de la peluquería.
Ese día, como por arte de brujería, Poncho desapareció dos dedos de profundidad en mi cabeza. Se veía nervioso. Fui empático y no lo juzgué por haberme cortado el pelo de más. Para tranquilizarlo, ignoramos el extraño evento y seguimos hablando como si nada. Esta vez sobre una brillante película de Miloš Forman y Jack Nicholson: Atrapado sin salida.

