Pido la palabra
“Un hombre muere en mí siempre que un hombre muere en cualquier lugar, asesinado por el miedo y la prisa de otros hombres”
Jaime Torres Bodet
Ya lo dijo alguna vez Jaime Torres Bodet: “Un hombre muere en mí siempre que un hombre muere en cualquier lugar, asesinado por el miedo y la prisa de otros hombres”; sin duda alguna el maestro se estaba adelantando a su época, y con sus versos parecería que estaba describiendo lo que hoy estamos viviendo, el miedo de a poco nos va ganando, el miedo de súbito está matando, y como él decía, “y nada está seguro de sí mismo”.
Y es que hay muertes que no solo apagan una vida, sino que cimbran la conciencia colectiva, nos sacuden desde lo más hondo y nos obligan a mirar de frente la realidad que hemos construido -o permitido que se construya- a nuestro alrededor.
¿Cómo es que llegamos a este nivel de violencia?, ¿en qué momento la tranquilidad se convirtió en utopía?, no tengo respuesta, solo sé que quedan “mil preguntas sin respuesta en la hora en que el hombre penetra a mano armada en la vida indefensa de otros hombres”, nuevamente citando al ilustre visionario. Pues en días recientes, una de esas muertes nos ha recordado que nada está seguro de sí mismo, ni la palabra, ni la esperanza, ni siquiera la voluntad de servir.
Hablar de la violencia es hablar de un mundo en el que sin duda todos tenemos algo para contar, germen violento que precisa violencia para su exterminio, condenados a la porquería, virulencia que nos arrastra, abismo sin fondo que se ha tragado nuestra tranquilidad; agujero negro que amenaza con estrangular la confianza en el amigo que quizá mañana nos haga víctimas de su ambición.
¡Pero no!, no podemos permitir que la fuerza del miedo nos humille, no permitamos que los violentos nos constriñan a agachar nuestra cabeza, nuestra dignidad, nuestra esperanza; la vida es bella, y vivir encerrados en la desconfianza no es la forma de vida que nos fue heredada, no es la forma de vida que debemos dejar a nuestros hijos; autoflagelarnos con el miedo es hacernos víctimas de nuestra propia indolencia, de nuestra falta de coraje, es estar muertos en la comodidad de ese encierro.
La violencia se está dando de manera recurrente en todo el país, por causas estúpidas; causas sin más sentido que el obtener dinero a costa de la sangre de nuestros hermanos; causas que solo sirven de acicate para las venganzas de necios violentos que con una bala en la cabeza terminan sus sueños de grandeza; la violencia que los lleva a la cúspide, es la misma que les impide disfrutar las ganancias de su codicia.
La violencia en México ya es una desgraciada realidad, se percibe, se huele, se ve día con día en todos los lugares, en todas las cosas; a las nuevas generaciones de ciudadanos se les está inyectando un embrión de violencia y recelo; se les hace dudar de todo lo aprendido; en las escuelas se les enseña que debemos vivir en comunidad, y saliendo de ella, lo primero que observan son bardas pintarrajeadas con leyendas violentas.
¿Cómo es que llegamos al grado de tener en esta generación a mexicanos con carácter riesgosamente agresivo, hostil y desconfiado?; y no me refiero solamente a la delincuencia o la inseguridad pública, se trata de una violencia constante del medio que nos rodea y resulta cada vez más incompatible con los fines humanitarios que nuestros padres y abuelos alguna vez nos inculcaron.
Es claro que esta violencia no se ha dado por generación espontánea, o porque exista una predestinación que nos haya arrastrado a este estado de cosas; la violencia tiene muchos orígenes y la mayoría de ellos son previsibles, pero no hemos hecho gran cosa para su prevención, al contrario, cada día le ponemos nuestro personal granito de arena para alimentarla, para engordar aún más a ese animal violento y hostil que terminará por devorarnos.
Pero estamos a tiempo de soñar, no debemos consentir que nuestra esperanza sea vulnerada, ¡a nadie le es permitido claudicar! quedarse a medio camino es señal de que decidimos estar muertos en vida; nuestros hijos son el mejor argumento para seguir adelante, y ante ello, la violencia a nada ni a nadie justificará su presencia.
Lo importante es que no nos abandonemos a la desgracia, no entreguemos nuestro ánimo al miedo; pensemos que mañana podemos volver a empezar, volver a levantarnos con nuevos ánimos para lograr nuestras metas y cumplir cada uno de nuestros objetivos, sin necesidad de abusar del menos favorecido, ¡que nada doblegue nuestra voluntad¡; no obstante que hoy, como en su oportunidad lo citó el ilustre maestro Torres Bodet: “y nada está seguro de sí mismo-ni en la semilla en germen, ni en la aurora la alondra, ni en la roca el diamante, ni en la compacta oscuridad la estrella, cuando hay hombres que amasan el pan de su victoria con el polvo sangriento de otros hombres”
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.

