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jueves, mayo 29, 2025

Feliz Cumpleaños Valentina

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ESPEJOS DE LA REALIDAD

«A los dieciocho no se entiende nada. Se cree que se sabe, y por eso se vive con más intensidad que certeza»

Aprender a leerte, Valentina, ha sido un placer. Con todo lo que eso implica.
Cuando leíste mi diario rosa —de peluche, con la princesa Aurora en la portada—, me reclamaste lo poco que te mencionaba. Tenía apenas diez años cuando me enteré de que mi hermana, la mayor, la que me decía “princesita”, iba a ser mamá. No podía mencionarte. Para mí, eso era admitir que alguien más venía a ocupar el lugar que con tanto esmero había construido: con coreografías de Britney Spears y ese griterío que siempre me ha caracterizado.

Entonces llegaste. Y mi mundo se volteó.
Una bebé a la que había que cortarle los mamelucos porque su cabeza no cabía por donde debía entrar. Una cunita transparente. Una sabanita rosa. Tus manitas enroscadas. El silencio. Quién sabe qué cambió en mí —quizá el balonazo que me dieron en el recreo justo antes de que nacieras—, pero el miedo a sentirme desplazada se me borró. Y apareció otra cosa: el amor. De ese que cuesta explicar.

Fuiste creciendo. A los siete ya sabías hacerte el desayuno. Lo que al principio era timidez para hablarle a los meseros se volvió seguridad. Te quedas viendo a las personas con una intensidad que a veces las hace desviar la mirada. Lees rápido. Lees todo. Lo que falta y lo que sobra. Tienes los ojos de tu abuelo: ojos que entienden sin que nadie diga nada.

Ahora, en unos días, vas a cumplir dieciocho.
La mayoría de edad, dicen. Como si eso trajera consigo el entendimiento, el rumbo, las respuestas. Pero no. A los dieciocho no se entiende nada. Se cree que se sabe, y por eso se vive con más intensidad que certeza.

Y yo, desde acá, sigo tratando de aprender a leerte.
Porque contigo nada es fijo. Hay mañanas en las que pareces transparente, fácil de entender. Luego pasa el día y algo en tu mirada cambia, y tengo que volver a empezar. Hablar contigo puede sentirse como caminar en terreno conocido o como entrar a un lugar nuevo con los ojos vendados.

Te leo, pero también me equivoco. Me adelanto. Me salto cosas importantes. Me invento sentidos que no eran. A veces quiero ayudarte sin que me lo pidas. Otras, te entiendo aunque no digas nada. Estoy aprendiendo a dejar espacio. A no llenarte de palabras que no necesitas.

No sé qué se espera a los dieciocho. A esa edad una puede querer escaparse de todo, o quedarse justo ahí donde la quieren. Hoy no quiero darte consejos. Solo decirte algo que ojalá no olvides: no te sientas obligada a tener todas las respuestas. El mundo ya hace suficiente presión con eso. Tú siembra preguntas. Las tuyas. Cuídalas. Riega las que te emocionan, y también las que te dan miedo. Y ve qué florece.

Y si un día no sabes cómo leerte —porque pasa, y va a pasar—, acuérdate que aquí estoy. Con este diario invisible donde te escribo y te leo, aunque no siempre sepa por dónde empezar.
Mientras tanto, voy a seguir leyéndote. Siempre.

Te amo, Valentina.

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