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Hidalgo
domingo, diciembre 22, 2024

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RELATOS DE VIDA

En innumerables ocasiones su padre se acercó a él para advertirle que dejara de hacer tonterías, sabedor de la reputación de “Don Juan” que tenía en el pueblo, incluso en su lecho de muerte le recordó que ese tipo de vida tenía que acabar porque lo que se hace de manera irresponsable en la juventud, se paga con creces en la vejez.

Sin embargo, Felipe no lo creyó así, y si bien no le refutó a su padre el consejo de vida con las típicas frases machistas por respeto, dejó que las palabras pasaran de largo, y mantuvo vigente su larga fila de amoríos, que fueron desgastando el amor de su familia.

El tiempo pasó, sus hijos formaron sus propias familias y permanecían atentos de su madre, y aunque también lo hacían de su padre, el amor era completamente diferente, si bien buscaban que la convivencia en las reuniones fueran armoniosas, resultaba imposible sobrevivir un par de horas en el mismo espacio que su progenitor.

Felipe ya con casi 70 años, era muy difícil de entender, comenzó a imaginarse situaciones en las que él siempre aparecía como la víctima, creía que todos estaban en su contra, que su mujer lo engañaba con personas jóvenes y además tomaba el dinero de su trabajo para pagarle a los supuestos amantes.

Ya no tenía fuerzas para trabajar, se quedó sin amigos, y su poca familia lo soportaba para no dejarlo solo, pero ese era el inevitable camino, una soledad derivada de la irresponsabilidad y basada en ideas ancestrales de que el hombre puede hacer lo que se le venga en gana, sin pagar las consecuencias.

La última trastada que lo llevó a no ser recibido por la familia, fue derivada de un mundo creado por su imaginación en donde él era víctima de infidelidad por parte de su esposa, así que con toda la ira y a manera de castigo, la dejó sin dinero, sabiendo que ella no tenía un trabajo para mantener los gastos de la casa.

Dicha acción provocó el enojo de sus hijos, quienes recomendaron a su madre tramitar la demanda de divorcio, la pensión y medidas de restricción, ante las constantes amenazas de lastimarla si no lo obedecía o lo atendía como lo debe hacer una esposa.

Al cabo de medio año, las demandas procedieron, se quedó sin un lugar donde vivir, sin hijos ni familia, sin amigos que lo escucharan o apoyaran, y teniendo como único espacio un cuarto de cuatro por cuatro, en donde con la melancolía de las fiestas navideñas, recordó las palabras de su padre. Ahora la vida le había cobrado la factura y era demasiado tarde para arreglarlo.

No tuvo más remedio que aceptar el desenlace, y comenzar a disfrutar de la soledad, que le permitiera identificar los errores, admitirlos, trabajarlos y sanarlos, para algún día poder ver a las personas que por tantos años dañó, pedir perdón, y en caso de recibirlo, pasar su último tiempo en el plano terrenal en convivencia.

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