RETRATOS HABLADOS
El mundo observa con desconcierto cómo Estados Unidos, hasta hace poco reconocido como garante de la democracia liberal y bastión de las libertades individuales, parece caminar sin resistencia hacia una nueva forma de tiranía. El país que durante el siglo XX proclamó el derecho de los pueblos a elegir libremente a sus gobernantes, que presumió sus instituciones como modelo para América Latina, Europa y buena parte del planeta, se enfrenta hoy a un dilema inquietante: la fascinación de su ciudadanía por un liderazgo fuerte, vertical y dispuesto a perpetuarse.
Donald Trump ha dejado de ser únicamente un político controvertido. En su figura se condensa el malestar de millones de estadounidenses que añoran un pasado en el que su nación ejercía un dominio indiscutible sobre el mundo. Esa nostalgia imperial se ha transformado en la base emocional de su movimiento político: un electorado que, antes que defender la división de poderes o la alternancia democrática, se muestra dispuesto a entregar su confianza absoluta en un líder providencial. No es casualidad que las voces críticas sean cada vez más marginadas bajo el argumento de “traición a la patria”, ni que la idea de la reelección indefinida, antaño impensable, ya no provoque un rechazo automático en amplios sectores de la sociedad.
Lo más alarmante no es la retórica agresiva ni el populismo nacionalista del presidente que es un eterno político en campaña,, sino el consentimiento popular que lo respalda. La tiranía que se asoma en Estados Unidos no se edifica desde un golpe de Estado ni mediante la supresión abrupta de las instituciones, sino en la aceptación gradual de millones de ciudadanos que consideran legítimo sacrificar la democracia para recuperar una grandeza perdida. La lección histórica es clara: ningún régimen autoritario se consolida sin el aval, explícito o tácito, de quienes lo padecen.
Se diga lo que se diga, el Estados Unidos de hoy está más cerca de convertirse en aquello que juró combatir durante décadas: un poder concentrado en la figura de un hombre que promete seguridad a cambio de obediencia. La democracia estadounidense podría estar viviendo sus últimos capítulos, y lo más inquietante es que buena parte de sus ciudadanos parece no lamentarlo, sino celebrarlo.
Mil gracias, hasta mañana.
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