Un adulto responsable
Dedicada a quien perdió a
alguien a temprana edad
Era un niño nada más, pero se aprendió las letanías del Rosario para poder rezar por su madre cada que había una oportunidad, de hecho, en una época en que no se utilizaban los smartphones, él era la guía para los demás, pues se sabía hasta las difíciles, por ejemplo aquella de “Dios te salve, Reina y madre, madre de misericordia…”.
Era un niño nada más, pero pronto entendió lo que significaba el sufrimiento, el ver mal a su mamá se convirtió en el pan de cada día. Y la desesperación en los días difíciles lo hizo madurar, comprender que ella no se deseaba la muerte, era el dolor el que hablaba.
Era un niño nada más, pero le prometió a su mamá, después de decirle mil veces que “todo estaría bien”, que protegería a sus hermanos y que se mantendrían juntos, pasara lo que pasara (cosa que no pudo cumplir, porque crecieron, se volvieron adultos y tomaron sus propias decisiones).
Era un niño nada más, pero se enteró de todas y cada una de las opciones que había como tratamiento para el cáncer: los imanes, las medicinas del Doctor Ohashi, los tecitos, visitar ciertos lugares, las quimioterapias y un sinfín de productos homeopáticos. Porque su mamá los probó todos.
Era un niño nada más, pero oyó a su papá llorar por las noches, a su mamá en el día y a sus otros familiares en diversas ocasiones. Él quiso siempre tragarse sus lágrimas, porque ya era demasiado llanto infértil, ¿o por qué lo harían a escondidas?
Era un niño nada más, pero aprendió a valorar los momentos en los que tenía a su mamá con lucidez; a jamás burlarse de las personas que usaban pelucas (fuera cual fuera la razón) y conservó su ajedrez, su Rayas (el peluche de la película de “La cebra veloz”) y una carta que le escribió ella desde el hospital.
Era un niño nada más, pero aquel fatídico lunes, comprendió desde antes de que se lo dijeran que jamás volvería a ver a la mujer que le dio la vida, que desde ahora vivía en sus pensamientos y en su corazón.
Era un niño nada más, pero le dieron a elegir entre ir al funeral o no, y él decidió que no quería ver muerta a su mamá. Afortunadamente desde esa fecha no ha habido otro día en el que reciba tantos abrazos. Él se sabe querido, pero su mamá lo fue mucho más.
Era un niño nada más, pero pronto supo que su papá habría de rehacer su vida y que por mucho que hiciera berrinches y tratara de sabotear su relación, no lo haría cambiar de opinión.
Era un niño nada más, pero asistió a la boda de su papá, y se tuvo que acostumbrar a una nueva vida, a nuevos mandatos, a otra forma de pensar. Las lágrimas no faltaron y los desacuerdos no se hicieron esperar, pero él tuvo que aceptar a la “nueva señora” más tarde que temprano. Aunque nunca la nombró “mamá”, sino con su nombre de pila.
No fue un niño nunca más, y aunque su madre siempre vivirá en su corazón; su “nueva mamá” lo necesita, lo quiere y lo protege, porque ella supo también lo que es crecer sin uno de sus papás y juntos están tratando de hacer lo mejor para su pequeña familia.
Ese niño se convirtió en adulto y está tratando de que todos “los traumas” vividos se conviertan en algo positivo.
Nota: Ojalá que las pruebas en la vida nos ayuden a encontrar nuestro mejor camino, en lugar de ensimismarnos en el dolor profundo.


