Por el derecho a existir
En momentos de profunda introspección, me encuentro confrontando una dolorosa pregunta que resuena en los recuerdos más oscuros: ¿Son verdaderamente suicidios aquellos adioses prematuros, o son acaso feminicidios disfrazados de decisiones individuales? Es una cuestión que me hiere profundamente, pues implica no solo el dolor de la pérdida, sino también la injusticia de una narrativa que culpa a las víctimas, negándoles su derecho a la vida y a la justicia.
Recuerdo con tristeza a dos personas que partieron de este mundo demasiado pronto. Las noticias dijeron que fue su propia decisión, pero, ¿cuántas veces se oculta tras esa aparente elección la sombra de una violencia sistemática? En demasiados casos, el amor se transforma en una jaula de la cual es difícil escapar, donde el afecto se pervierte en control y dominio. Es una realidad cruel y desgarradora, donde la víctima es revictimizada incluso después de su partida, cuando se le niega el reconocimiento de la verdadera naturaleza de su sufrimiento.
Es imperativo cuestionar y desafiar las narrativas que culpan a quienes ya no pueden hablar por sí mismos. El estigma que rodea al suicidio se convierte en un velo que encubre la verdad de vidas perdidas a manos de la violencia de género. Detrás de cada historia de aparente despedida voluntaria, yace la historia no contada de una persona atrapada en un ciclo de abuso y desesperanza.
Al reflexionar sobre estas pérdidas devastadoras, se hace evidente la urgente necesidad de cambiar nuestro enfoque como sociedad. Debemos aprender a reconocer los signos de violencia doméstica y de género, a ofrecer apoyo real y seguro a quienes lo necesitan, y a romper el silencio que perpetúa estas tragedias. La salud mental juega un papel crucial en este proceso: es necesario desterrar el estigma que rodea tanto al suicidio como a las víctimas de violencia, para que quienes sufren puedan buscar ayuda sin temor ni vergüenza.
Hago un llamado a la compasión y al cuidado de la salud mental. Cada uno de nosotros puede marcar la diferencia al educarnos, al escuchar y al apoyar sin juzgar. Debemos crear espacios seguros donde las personas se sientan empoderadas para buscar ayuda, donde sepan que serán escuchadas y creídas. Necesitamos políticas y recursos adecuados para prevenir la violencia de género y apoyar a quienes la sufren, asegurando que ninguna persona se sienta tan desesperada como para creer que la única salida es el final de su propia vida.
Honremos la memoria de quienes ya no están aquí desafiando la injusticia para construir un mundo donde todos puedan vivir libres de miedo y violencia. Cada vida perdida es un recordatorio doloroso de lo mucho que aún debemos hacer. Es hora de unirnos en la lucha por la igualdad y la dignidad de cada ser humano, para que ninguna vida se pierda en vano y cada persona pueda encontrar el apoyo y la esperanza.
A la memoria de Karla y Yesi