UN ADULTO RESPONSABLE
Si te gusta que te apoyen cuando no tenés asiento, si te gusta que te tiren en la nuca el aliento (…) tómate un colectivo, no te prives de nada
El Colectivo – Los Caligaris
La señora se esperó a que todos bajaran y entonces me chistó, y dejó que hiciera el trabajo de acercarme a ella (pobre, parecía desesperada por hablarme, pero su movilidad estaba reducida y por eso le costaba andar sin su bastón). Cuando estuve lo suficientemente cerquita, me dijo con voz muy queda: “¿Sabes los beneficios de la orinoterapia?”. Me gustaría decir que es la plática más extraña que he tenido en el transporte, pero estaría mintiendo.
Desde los doce años, más o menos, me muevo en combis, autobuses, metro y muy a mi pesar (por los costos) en taxis y ubers. Y aunque ya he probado las “mieles” de usar un automóvil propio, nada se compara con convivir con gente, por decir lo menos, particular. Porque en los colectivos pasan muchas cosas: desde aprenderte la canción de moda o corear con completos desconocidos un clásico atemporal; hasta descifrar cómo desafiar las leyes de la física y ejercer todo el conocimiento que Tetris nos ha dejado para hacer caber a más de tres personas en menos de un metro cuadrado.
Considero que las mejores historias de amor se han consolidado en los viajes largos y los peores truenes (de esos que dejan a quienes los sufren llorando a moco tendido) los he escuchado entre sollozos unos asientos atrás de donde se encuentra “la víctima”.
La solidaridad siempre pulula en esos lugares, por ejemplo, está la señora que te da indicaciones precisas de cómo llegar a tu destino, el joven que hace lo propio consultando Google Maps; las personas que hasta se contorsionan para hacer llegar el pasaje hasta su destino final; los conductores que te perdonan el hecho de que no traigas dinero y hasta te creen la fantasía de que sí lo tenías cuando abordaste; los que tienen voz más grave que tú y complementan tu grito para que te dejen justo en tu parada y… ¡Dios bendiga a estos últimos! Los que te ofrecen el asiento o se comprometen a llevar tus cosas para que no vayas tan cargado.
Por otra parte, lo que he visto que tratan de subir a las combis y micros es insólito: una televisión gigante, una marimba, un tubo, niños de “cinco años” (que dicen tener tres para que no les cobren), carritos de mandado más grandes que las personas que los traen, perros, gatos, hasta una iguana me tocó ver. Cada quién puede hacer de su vida un papalote, eso es verdad, pero al menos deberían recorrerse para no estorbar, con su maletota, a la gente que sube en el camino, esa es mi forma de pensar.
Aunque sin duda, para mí, lo mejor de los viajes en transporte público son las gentes que se suben a buscar una moneda, los hay convencionales, simples vendedores: que el Bubulubu, que la paleta, que la galleta, que la alegría; los hay estrafalarios: que el mago, que el rapero, que el payaso, que el que vende perfumes, que “El rehabilitado”. Y los hay profesionales, por supuesto: el que saca pistola; el que sí que canta y toca su instrumento agarrado de quién sabe dónde; que el que hace campaña dándose baños de pueblo (bueno, ese no busca monedas, pero roba más que el primero de los profesionales).
El transporte público no sería nada (literal) sin su gente, los pasajeros: que desde muy temprano van a pelear por sus sueños, que busca un futuro mejor, que se mueven para lograr sus propósitos; los operadores: que limpian los vehículos, que los conducen, que cobran y resuelve dudas o que dicen: “Uff, no voy para allá, joven”. Y los de traje, que dicen conocer las necesidades de los que viajamos pero son incapaces de ver por las necesidades básicas de la gente. De esos mejor ni hacerles un chiste, porque la burla ya nos las hacen a nosotros cada día.
Espero un Hidalgo donde las personas tengamos un transporte digno y unas calles donde se pueda transitar de forma adecuada, pero mientras eso pasa, soy feliz con las pequeñas cosas que me ha tocado observar al pagar mi pasaje, subir y hacer doble fila.