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sábado, junio 7, 2025

El tiempo se asoma en el vidrio de una combi

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LAGUNA DE VOCES

En alguna parte se queda el instante que caminaba por una calle de la colonia Gabriel Hernández, pegada a la Martín Carrera, de la Ciudad de México, entonces D.F., y de repente, al pasar una pesera, entonces sí pesera y combí de la Volkswagen como debe ser, vi reflejado en el vidrio de la parta trasera del vehículo, el rostro de una persona que era yo, pero avejentado por todo lo que vendría después de ese momento, único, definitivo, y sobre todo plagado de malos presagios. Dicen que el destino se aparece una sola vez en la vida de todas las personas, pero tan embozado y escondido, que casi nunca se logra entender lo que quiso decirnos. Con regularidad nadie reporta esa aparición, y termina por olvidarse. Pero todos, infinitamente todos, de haber puesto, aunque fuera un poco de atención, habrían descubierto el infinito misterio de su existencia.

Poco después de las dos de la mañana, en una zona de la capital calificada de alto riesgo, constante en asaltos, pero rara vez con difuntitos de por medio, seguro hoy en día le causaría risa a cualquier habitante de La Providencia en Pachuca. Pero en ese entonces, y hablo de hace 46 años, caminar por esos rumbos era jugársela, o andar tan de al tiro triste, que hasta los que se dedicaban a la delincuencia, preferían sacarle a uno la vuelta.

Solo sé que esa noche me vi en los vidrios de una pesera, hoy colectiva, y que el que me miraba sabía de mí, de todo el camino que tuve que recorrer para venirme a acordar de esa escena, en que deseaba con absoluta sinceridad desaparecerme de un planeta que empezaba a odiar, a guardarle un rencor absoluto por mirarme como un bicho perdido en el espacio, en no saber qué hacer a partir de que ella se había marchado, o lo que es igual, me había excluido de su existencia.

Después el tiempo se encargó de todo, hasta de no dejar rastro alguno de esa colonia, la parada del autobús, las casas construidas a un lado de las vías del tren, la noche oscura en una región olvidada, siempre ajena a un lugar que después se pobló de carreteras que iban y venían quién sabe hacia donde.

Años más tarde, muchos, pero muchos años más tarde, me di cuenta que no había visto mi reflejo en ese vehículo. Era yo, pero era otro, el de 46 años al futuro, que ni un solo gesto hizo al verse en esa película sin descanso que pensaba olvidada para siempre.

Casi cinco décadas era demasiado, pero también significaban avisos de que la vida se une en los momentos más complicados, para luego deshacerse y simplemente desaparecer, porque lo único real era eso: que caminamos en círculos, que nos avisamos a nosotros mismos, pero que nunca logramos creernos, escucharnos, como no sea cuando ya no es tiempo de nada.

Pero estaba ahí, callado, a la espera de que caminara esa noche sin rumbo, ajeno a todo, incluso a mi, a toda esa realidad que pude haber visto, si así lo hubiera deseado.

Mil gracias, hasta el próximo lunes.

Correo: jperalta@plazajuarez.mx

X: JavierEPeralta

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