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domingo, marzo 23, 2025

El recurso del miedo

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TIEMPO ESENCIAL DE HIDALGO

El triunfo de Donald Trump, representa la crisis de un paradigma que alcanzó su culminación con el triunfo del capitalismo y su hegemonía mundial a partir del siglo XX, y que hoy entra a una nueva etapa con su llegada al gobierno de los Estados Unidos, al frente de una nueva oligarquía que pone de cabeza no solo el orden político y económico, sino la escala de valores éticos que sostuvo durante décadas el sistema dominante. 

Ese modelo comenzó su decadencia con la crisis financiera del sistema global del 2008-2009, ante el surgimiento de nuevos centros de poder que desafían la hegemonía norteamericana, bajo las propias reglas impulsadas por ésta: el libre mercado, la competencia en calidad, eficiencia y precio; el control de la fuerza de trabajo, la libre circulación de capital, los derechos privados frente a los públicos, etcétera. 

Pero quienes promovieron el libre mercado, nunca fueron leales a sus propios valores. El juego de la libre competencia se resolvió regularmente en favor de los mismos centros de poder, que dominaron con anterioridad a la disolución de las barreras comerciales. 

El colonialismo no desapareció y al paso de las décadas, la miseria de los países periféricos aumentó a tal grado que sus habitantes comenzaron a migrar hacia Estados Unidos y Europa, que ahora intentan deshacerse de ellos tras de haber utilizado su mano de obra barata en beneficio de sus economías. 

Las élites beneficiadas con estas estrategias, terminaron hundidas en la corrupción y el repudio de quienes creyeron ir para arriba y terminaron abajo en la escala social, dando paso al surgimiento de una legión de demagogos que, haciéndose pasar por populistas, no han hecho sino impulsar la llegada de gobiernos de la derecha, que hoy amenazan con incendiar al mundo entero. 

Personaje tan grotesco como complejo y contradictorio, Trump va a la cabeza de esa peste mundial, acompañado por los personajes más poderosos de la oligarquía norteamericana e internacional, blandiendo un proyecto confuso y contradictorio que parece dar gusto a los trabajadores norteamericanos, pero que en realidad se los da a los grandes capitales financieros internacionales, de los cuales forma parte. 

  El plan de Trump tiene sus aliados y sus adversarios; pero la distinción entre los bandos está en proceso de conformación; pues aún en Estados Unidos hay quienes lo siguen y quienes se oponen a él, sin importar las diferencias partidistas.    

¿Quienes ganan y quiénes pierden en este nuevo orden mundial? 

En el corto plazo, la derrotada fue la clase política neoliberal de ese país que condujo a la decadencia de la industria norteamericana y el descenso del nivel de vida de las clases medias y trabajadoras, mientras que la oligarquía se enriquecía con las inversiones en el extranjero, aumentando la brecha económica entre los estadounidenses. 

Aunque oligarca él mismo, Trump vio en la crisis de ese modelo la vía de ascenso político a través de la demagogia, atacando a la inepta clase política y echando la culpa a los países beneficiados con el libre comercio de los males internos de Estados Unidos. 

Pero hoy, la confrontación va más allá. El nuevo paradigma se basa en el valor superior del más poderoso, del dueño del conocimiento de punta con el que es capaz de controlar al mundo entero. La oligarquía mundial ha dejado atrás los valores de la libertad de comercio, la competencia entre los más aptos y el consenso como forma de convivencia entre individuos y naciones, sustituyéndolos simple y llanamente por el brutalismo del nuevo gobernante del imperio, que se niega a perder el juego cuyas reglas él mismo inventó, con las que otros más eficientes y eficaces que él están logrando derrotarlo. 

  Trump personaliza ese cambio de paradigma como ningún otro ser humano por ser él quien encabeza el proceso de transformación bizarra del hegemón mundial. Su persona y sus actos son paradigmáticos de la nueva época. Su descarnada y cínica manera de proceder responde al poder que concentra en sus manos, y le permite ser congruente entre sus palabras y sus hechos. 

Se trata de una persona repugnantemente ejemplar no solo para su sociedad sino para el mundo entero.

Su poder político y económico le permiten marcar reglas de comportamiento que deben ser aceptadas y asumidas no solo por sus conciudadanos, sino por instituciones y sociedades supeditados a la influencia de sus decisiones en el planeta entero. 

El pueblo norteamericano solía expresar su alegría en cada cambio presidencial. Organizaba desfiles y fiestas vistosos con fuegos artificiales y celebraciones populares. Todo eso ha terminado. El regreso de Trump a la presidencia fue a puerta cerrada en el Capitolio donde solo unos cuantos seres humanos, los más poderosos del planeta, lo acompañaron vestidos con sus galas caras y sus caras largas. La seriedad dominaba sobre las risas y estás parecían forzadas. El viejo presidente Biden trataba de sonreír sin poder expresar más que una mueca. Hilary Clinton sonreía nerviosamente mientras su marido abría la boca como alelado.  

Pero Trump y los suyos llegaron sombríos, serios. Su esposa imperturbable, inaccesible, bajo el ala ancha de un sombrero negro ocultaba el rostro y la mirada. 

Sí, el ambiente era de tristeza o ira contenida, de ganas de demostrar que con ellos no habrá más de qué alegrarse. El recurso del miedo utilizado estratégicamente para someter y aniquilar a quien se les ponga enfrente. 

Sí, son poderosos y temibles, ya lo están demostrando en estos días, en todo lo que hacen y dicen.

Solo queda hacerles frente, enrostrarlos, neutralizarlos y vencerlos con el arma más poderosa a nuestro alcance: la alegría. 

Y pues si nos aniquilan, como amenazan hacer con quien se les ponga enfrente, entonces morir cantando, como muere la cigarra. 

 

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