POR EL DERECHO A EXISTIR
En 16 de septiembre, céntrica calle de Pachuca se encuentran «los pulques de Apan» un espacio sencillo que evoca al recuerdo y a la nostalgia de los ayeres, aquellos en los que era común acompañar a mi abuela paterna a «raspar», para tener esa bebida blanca de consistencia viscosa, de aroma no apetitoso, pero que hoy por hoy cada sorbo me regala un pedacito de pasado.
Hace muchos años, los magueyes abundaban en mi pueblo, y la práctica de ir a raspar era algo tan común, que formaba parte de los conocimientos de la comunidad, reconocer que agave tenía las condiciones propicias para obtener el agua miel.
Hoy poco a poco, son menos las personas que pueden reconocer en qué maguey se pueden encontrar chinicuiles o gusanos blancos, las cuales se sumaban a la gastronomía de temporada (hoy ya es muy gourmet, un tanto por la aculturación).
Otro manjar son los gualumbos, esa deliciosa flor del maguey, que en semana santa se convertía en la base de los platillos, esto sin olvidar las flores de madroño que también se combinaban al sazón «pa’ no pecar» en tiempos que la tradición dicta evitar comer carne.
Pero eran tiempos divertidos en los que también era común acudir en familia a «chacalear» (dícese de la acción de atrapar acociles, chacales o camarón de rio, como usted le conozca), ahí cada integrante mostraba sus mejores trucos y agilidad para atrapar con la mano o redes a los crustáceos acuáticos para después verlos cambiar de color en el comal y degustarlos como botana después de un día de risas.
Son los días que no volverán, las historias que se pueden seguir contando, los sorbos que reviven momentos y la posibilidad de compartir un curado o al natural, al fin el pulque es la bebida de los dioses.