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Hidalgo
sábado, enero 4, 2025

El preso

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LAGUNA DE VOCES

El condenado a cadena perpetua, es el único que se levanta a primera hora el último día del año. Entra a la regadera, y con una meticulosidad que raya en la obsesión, deja reluciente de limpia cada parte de su piel. Afeita la barba crecida, desdobla el uniforme que ha conservado en una bolsa, que ha evitado durante todo el año cualquier posibilidad de contaminación, y se lo enfunda antes de peinar y untar su cabello con un gel que evite se le paren los pelos como puercoespín. Con absoluto respeto al ceremonial que haría entender su partida, calza unos viejos zapatos que la noche anterior boleó con calma absoluta, porque está seguro, absolutamente seguro, que una vez terminado el día, y que solo en su celda reciba los parabienes por un nuevo año, podrá empezar la vida que siempre ha creído merecer, libre por supuesto, y ya pagado a la sociedad el crimen cometido.

Una y 25 años lo ha intentado con el mismo rito. Una y 25 años ha seguido en esta vieja cárcel, de donde un tiempo estuvo seguro que solo saldría muerto, hasta que en una de esas ocasiones desapareció los primeros tres días del año que acababa de empezar. No supo a dónde fue, no supo casi nada de ese misterioso viaje, pero conservó la sensación de que había sido libre, al menos el tiempo suficiente para tener conocimiento de esa condición. Sin embargo, resultaba raro que ninguno de sus celadores mostrara sorpresa alguna cuando los volvió a saludar. Pero con tantas cosas raras que suceden en estos lugares, se dijo, podría haber resultado normal que de pronto no lo vieran, o a lo mejor hasta lo vieron en el mismo lugar donde permanecía horas y horas, sin hablar, sin dar signos de vida.

Eso lo animó a continuar, a creer, como muchos de allá afuera creen, que un simple cambio de número en el calendario puede marcar la diferencia, una transformación radical por quién sabe qué artes en la forma de ser de una persona, al grado de hacerla otra, diametralmente opuesta a lo que siempre había sido. Estaba consiente de ese absurdo, pero también de que nunca, en la condición que vivía, se había intentado semejante cosa.

Él no prometía enmendar nada, que su castigo ya lo había vivido durante 25 años. Simplemente deseaba estar libre, pero no en las calles que siempre había aborrecido de cada ciudad donde vivía para después abandonar; no, en una sociedad que lo había rechazado de principio a fin. No con la misma familia, que por supuesto lo dejó abandonado a su suerte. No. No y no. Simplemente deseaba una libertad que le diera tiempo para volver a tener esa sensación de los días en que había desparecido.

Por eso lo intentaba una y otra vez, ante la sorpresa de sus compañeros de penal, porque de celda no, ya que lo habían clasificado como de “alta peligrosidad”, y por lo tanto el aislamiento era permanente, sin posibilidad alguna de ser cambiada esa condición. 

Negar lo que había visto ese último día del décimo año de haber sido condenado, le era imposible, porque no tenía esperanza de nada, y resultaba lógico dedicarse simplemente a esperar una muerte adelantada. Pero pasó lo del año 10. Y entonces, igual que los de afuera, pero diferente porque su esperanza sí era real, empezó a creer que habría una oportunidad para salir a ese mundo que ya conocía, que había sido incubado en su memoria.

Le daba risa pensar que ninguno de los que habitaban el mundo de los libres, hubiera pensado cuando menos en una ocasión  acerca de sus existencias, que con bastante regularidad es peor de los que están adentro, en una prisión. Porque insistían en cambiar pero en el mismo lugar, con las mismas condiciones, con las mismas personas que los llevaron a los problemas que casi los hacen locos. Vaya pues, en el mismo mundo que tantas ocasiones les había demostrado que los moldeaba a su antojo.

Y los que están en una cárcel son muy, pero muy diferentes. Ellos han rechazado esa realidad de todos conocida, han violado las normas establecidas, algunos simplemente por ser malas personas, pero otros no. Le dijeron que algunos recibían mensajes misteriosos en los que les reconocían haber sido diferentes, y que tendrían su recompensa.

Lo creyó, porque debía creer lo que fuera, y después se olvidó del asunto. Hasta el último día del año 10.

Nada. Nada de nada.

Hasta el 31 de diciembre que acaba de terminar.

Los celadores no se mortificaron cuando se dieron cuenta que había desaparecido, tampoco se alarmaron, tampoco se sorprendieron cuando entendieron que ya nunca regresaría. 

Había cambiado para siempre, sin arrepentimientos, sin vanas promesas. Simplemente se había ido, y por lo tanto sería otro, en otro mundo.

Mil gracias, hasta mañana.

Correo: jeperalta@plazajuarez.mx

X: @JavierEPeralta

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