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viernes, noviembre 28, 2025

El precio de perder el tiempo…

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Pido la palabra

No sé en qué momento me volví intolerante, intolerante a la banalidad, intolerante al engaño, intolerante a la desidia

Hay muchas cosas que me molestan, pero la principal de ellas es la desidia, el dejar las cosas para mañana, el “se me olvidó”, situaciones que se han convertido en un hábito para un enorme sector de la población, seguidores del “no hagas hoy lo que puedes hacer mañana”, cuantos problemas se ocasionan por no tenerle respeto al tiempo, por no hacer oportunamente aquello que podemos hacer sin prisa, pero con la convicción de que el hacerlo, nos liberará de una carga más a ese nuestro sentimiento inútil de la culpabilidad.

En alguna ocasión, un alumno de bajo rendimiento me preguntaba sobre el momento en que, siendo estudiante, empecé a tomar en serio mi carrera; debo admitir que esa pregunta me causó una mezcla de frustración y enojo, primero porque aclaró mis dudas del por qué el bajo rendimiento de ese alumno, y segundo, porque no puedo entender que aún haya personas que estén esperando el momento para tomar en serio aquello que les va a dar de comer; los estudios se deben tomar en serio desde el momento mismo en que nos paramos en un aula.

Perder el tiempo es perder parte de nuestra vida, “es perder la oportunidad de ser”; y cuando nos damos cuenta no nos queda de otra más que parecer; simular lo que no somos, aunque tuvimos toda la oportunidad para serlo. Hoy veo en las redes sociales, fotos de jóvenes que por alguna razón conozco, de alguna época o de algún lugar, muchos de ellos exitosos ni duda cabe, jóvenes que entendieron la importancia de su tiempo y con los que daba gusto presionarse en exámenes o revisando sus tareas para ir corrigiendo esos errores que al ejercer su profesión, el oponente no les perdonaría; satisfactorio el saber que con ellos nuestro tiempo se invirtió.

Pero otros, que es obvio que desde la familia no les enseñaron a poner los pies en la tierra porque jamás les colocaron un peso en sus hombros; con ellos el tiempo transcurre inexorable hacia su mediocridad; y los veo desde ahora, rodeados de gente, pero viviendo solos, en su mundo de engaño de donde les será muy difícil salir si es que no ponen un poco de voluntad para reaccionar.

Otros más, subiendo a las redes sociales aquella vieja fotografía que por casualidad alguna vez se tomaron en alguna institución de prestigio, y de la cual nunca se graduaron por su falta de interés en el estudio; pero la siguen presumiendo ya que esa foto representa una pequeña luz para seguir explotando su ego, aunque en realidad lo que están haciendo es faltarle el respeto a quienes confiaron en él, se están faltando el respeto a sí mismos.

No sé en qué momento me volví intolerante, intolerante a la banalidad, intolerante al engaño, intolerante a la desidia; tal vez me estoy convirtiendo en un inadaptado social y sea yo el que tiene que cambiar para ajustarme a los nuevos tiempos; intolerante al grado de que el hígado se me retuerce cuando alguien implora una calificación, prometiendo que ahora si le va a echar ganas para el siguiente ciclo escolar. ¿Adaptarse o morir?, sin duda me quedaría con lo segundo pues de todas maneras ya estoy más cerca del final y cambiar mi personalidad a estas alturas ya no sería congruente.

En fin, el mundo sigue rodando, el tiempo se sigue perdiendo, lo no urgente lo convertimos en urgente por la falta de interés, por ese “se me olvidó” que yo interpreto como un “no me importó”, seguiré apretando las tuercas hasta el último de mis días, seguiré dando sermones aunque sé que a muchos les entra por un oído y les sale por el otro, y en este caso, con mis alumnos, sigo el refrán que alguna vez le escuche a un viejo amigo sindicalista al referirse a la cualidad afrodisíaca de los mariscos: “de todos los que me coma, con uno que me salga bueno, ya la hice”.

Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.

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