ESPEJOS DE LA REALIDAD
El placer tocó a la puerta y decidió entrar. Se sentó en la mesa y comenzó a hablar sin percatarse de que todos los comensales se sentían incómodos con su presencia. Al notarlo, decidió encorvarse para ocupar el menor espacio posible, hasta que finalmente parecía que no había nadie allí.
Cuando se habla del placer, parece que el cuerpo femenino solo se valora cuando es objeto de consumo. Solo cuando existe una moneda de cambio, nosotras, las mujeres, parecemos existir si hay alguien para observarnos y mirarnos con la lujuria que otros desean.
El filósofo francés del siglo XX, Michel Foucault, en su libro «Historia de la Sexualidad. Tomo 2: El uso de los placeres», argumenta que las normas sociales y las estructuras de poder moldean y controlan las formas en que experimentamos y expresamos nuestro placer. Esto se manifiesta en la publicidad, la música, películas, series de televisión, libros, donde se nos ha retratado como objetos de deseo y no como individuos con deseos y voluntades propias.
Entonces, ¿la solución es dejar de consumir? Sí y no. Lo que podría resultar sencillo para unas, para otras es una manera de ser. Por ejemplo, el reguetón, género musical que suele tener tintes sensuales y provocativos, también contiene una carga política y social con la que la juventud tiene la posibilidad de expresarse y sentirse libre.
Artistas como Mon Laferte y Karol G, quienes a través de su arte reclaman su derecho al placer y la sensualidad, convierten su música en espacios de resistencia y empoderamiento, donde las mujeres pueden redefinir su relación con el deseo y el placer, alejándose de las limitaciones impuestas por la sociedad.
En este mundo de la doble moral, donde la violencia se muestra sin tapujos y desvergonzada, mientras que el placer debe ser silenciado y penado, nos enseña que, hasta la fecha, ser mujer conlleva la carga de la vergüenza, como si fuéramos responsables de una culpa ancestral por el simple hecho de ser nosotras mismas.
Reclamar nuestro derecho a ser y a sentir es una tarea individual para cada mujer. Cada una tiene el poder de trazar sus propias normas y límites, sin permitir que nadie más nos haga sentir menos valiosas.
Sin embargo, eso es algo que nos concierne únicamente a nosotras, y nadie más debería hacernos sentir menos para poder hacer sentir cómodos a los demás. Todas las personas, sin importar su condición, merecen saber que, si así lo desean, pueden disfrutar de su placer de manera libre, consensuada e informada.
Por eso, la próxima vez que decidas salir en la noche con tus amigas y te pongan la canción en el antro que tanto te gusta, no te hagas chiquita: baila y muévete, hasta que sientas el sudor deslizándose por tus muslos. Deja que el placer se extienda por toda la pista.